Caminante no hay camino, se hace camino al andar

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¿Qué es lo más importante de la vida cristiana?

Seguro que todos estamos de acuerdo: El seguimiento de Jesús. Realmente lo que nos da identidad como cristianos no es el lugar donde hayamos nacido o los logros que hayamos obtenido en la vida sino el seguimiento de Jesús. Es realmente lo que da sentido a nuestra vida como cristianos.

Jesús lo ejemplifica hoy en el evangelio (Lc. 9,51-62) a través de dos mensajes clave y muy provocadores:

“Quién no se arriesga, no pasa la mar”

Lucas nos presenta a un discípulo que está tan entusiasmado con el mensaje de Jesús que le dice: «Te seguiré adonde vayas». Jesús le recuerda que el seguimiento de Jesús no es «coser y cantar»: «Las zorras tienen madrigueras, y los pájaros nido», pero él «no tiene dónde reclinar su cabeza».

La promesa de Jesús no es una casa confortable, lujosos tronos o puestos de poder. Jesús nos invita a compartir la alegría de estar a su lado, de vivir en libertad, con compañeros y compañeras de camino, en comunidad. Jesús nos invita a una aventura, a una peregrinación, a un camino vital. «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn. 14, 6).

“No mirar atrás ni para tomar impulso”

Hay otros dos discípulos que también quieren seguir a Jesús, y le piden antes de comenzar el camino cosas muy razonables: «enterrar a su padre» y «despedirse de su familia».

Las respuestas que Jesús les da nos dejan helados: «Deja que los muertos entierren a sus muertos: tú vete a anunciar el reino de Dios» y «El que echa mano al arado y sigue mirando atrás no vale para el reino de Dios».

¿No parece Jesús una persona inhumana y poco misericordiosa cuando da estas respuestas?

Cuando Lucas representa estas escenas de Jesús lo que quiere poner de relieve es la importancia y la urgencia del seguimiento de Jesús.

Cuantas veces vemos lo importante que es seguir a Jesús, pero inventamos cientos de “santas” escusas para posponer o no ponernos en camino. “Ya daré catequesis el año que viene que me prepare mejor y llevo así años”, “Colaboraría en la parroquia pero tengo que atender a mi familia”, “Voy a empezar un voluntariado y a acompañar a la gente más necesitada, pero cuando me sienta preparada para hacerlo”, “¡Cuánto necesito estar más cerca de Jesús y orar, pero no encuentro un hueco en mi agenda, cómo voy a dejar de ir al gimnasio por las mañanas y abandonar mi salud!”,…

Jesús nos recuerda con estos testimonios que no es posible abrir nuevos caminos al Reino de Dios quedándonos atrapados en el pasado, mirando siempre hacia atrás, o repitiendo: siempre se hizo así. Por otra parte, no podemos posponer nuestras decisiones “in eternum”. El Reino de Dios está llamado a hacerse presente en nuestra vida. No hay tiempo que perder, y necesitamos ponernos en camino.

Caminante no hay camino, se hace camino al andar.

Jesús nos invita a caminar juntos, a sumar, a compartir la alegría de formar familia, nos invita a sentarnos juntos a la mesa del Reino, pero para eso necesitamos ponernos en camino. Es en el camino donde se obra el milagro de la vida y donde encontramos sentido a nuestras vidas, como peregrinos. Jesús nos hace una promesa: «…todo aquel que haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o tierras por mi nombre, recibirá el ciento por uno y heredará la vida eterna.» (Mt. 19, 29)