Vivimos en un mundo diverso y global pero, convencidos de que la diversidad no implica oposición, podemos afirmar que lo que nos une y hermana es nuestra pertenencia, la de todos los seres humanos, a una única familia humana. Solo de este modo, nuestro mundo puede salvar las diferencias –e indiferencias– que dificultan el encuentro.
Inmersos en el tiempo del Espíritu, “somos muchos a confesar de manera diferente a Aquel que es el único verdaderamente diferente”
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