Cuando llegué al noviciado, tardé un poco en aprenderme el orden del día pero en seguida empecé a aburrirme porque era siempre igual y yo estaba deseando cambios, aunque fueran aquellos anuncios tipo: “17h todas al lavadero”; “10,30, subir a la terraza a varear colchones”. Ahora que soy mayor me pasa lo contrario: me encanta la rutina diaria, me aturullan un poco los cambios y tengo que andar con ojo para no instalarme en un modo percebe de aferramiento a la roca de lo de siempre. Y por si a otros les está pasando lo mismo, les invito a releer la narración de las mujeres que fueron al sepulcro en la mañana de Pascua con su plan tan bien diseñado: sabían dónde estaba el cadáver, solo había que dejar pasar el sábado, madrugar, comprar los aromas y realizar, como siempre se había hecho, los rituales de embalsamamiento.
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