Soy Gonzalo Fernández Sanz, misionero claretiano. Desde el pasado mes de octubre he asumido la dirección de Vida Religiosa por encargo de los responsables de mi provincia claretiana de Santiago. Creo que mi primera colaboración en esta revista se remonta al año 1987. Publiqué un artículo titulado «Cómo hacer Iglesia en un mundo posmoderno». Eran años de pensamiento débil. Desde entonces, he colaborado con ella en numerosas ocasiones. No me resulta, pues, un territorito extraño. Ahora, tras la etapa del padre Luis Alberto Gonzalo Díez al frente, recojo el testigo con un sentimiento de gratitud por su trabajo durante los últimos quince años y me apresto a seguir por la ruta trazada.
Alejado del mundo académico desde hace años, puedo, no obstante, compartir la experiencia de un largo tiempo de gobierno en mi congregación y de contacto fraterno con numerosos institutos masculinos y femeninos. Espero que eso me ayude a ensanchar la mirada.
Desde su creación en 1944 han pasado por la dirección de Vida Religiosa numerosos claretianos. Cada director y cada equipo han dejado su impronta. La vida avanza. Es verdad que el cierre continuo de comunidades religiosas en Europa y América va acompañado de bajas en las suscripciones a la revista, pero sigue mereciendo la pena acompañar esta etapa de la vida consagrada desde la narración de lo que está sucediendo, la reflexión sobre su verdadero significado y la propuesta de caminos de futuro.
Vida Religiosa nunca se ha dejado seducir por la tentación del derrotismo o la desesperanza. Que seamos menos y que nuestra media de edad sea cada vez más alta no significa que no podamos seguir al Señor con alegría, confiando en su providencia amorosa. Si algo hemos aprendido en nuestro contacto diario con la Palabra de Dios, es que, aunque caminemos por cañadas oscuras, nada tememos porque el Señor viene con nosotros (cf. Sal 23,4). Por otra parte, por mucho que cavilemos y programemos, «si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles» (Sal 127,1).
Confortados por esta mirada de largo alcance, queremos emprender en los próximos meses un proceso de discernimiento para ver cómo enfocar la revista en los años venideros. Consultaremos a los lectores, dialogaremos con pastores, teólogos, hombres y mujeres de gobierno y nos encontraremos con algunas conferencias de religiosos y otras instituciones que trabajan al servicio de la vida consagrada.
Esperamos que el fruto de ese discernimiento coral nos permita hacer un diagnóstico más preciso de la situación presente, del uso que se hace de la revista (tanto en su formato impreso como en el digital), de las necesidades formativas que tienen nuestras comunidades y de la aportación específica que podemos hacer. De esta manera, queremos atarnos mucho a la realidad actual, promover una nueva reflexión sobre la vida consagrada, evitar solapamientos con otras iniciativas semejantes y, sobre todo, seguir ofreciendo una palabra lúcida, plural y esperanzada en estos momentos complejos.
La vida consagrada de Europa y América necesita escuchar también la voz que nos llega de África y Asia. Allí se están gestando nuevos estilos no exentos de problemas, pero cargados de novedad y de futuro. Por eso, procuraremos hacernos más eco de estas voces refrescantes.
Aprovecho este primer editorial de la nueva etapa para enviar un cordial saludo a todos nuestros lectores. A algunos los he conocido personalmente en cursos, retiros y encuentros de diverso tipo. A otros muchos espero conocerlos a lo largo de los próximos años. Vida Religiosa ha sido y quiere seguir siendo un «punto de encuentro» de las diversas formas de vida consagrada. Agradecemos todas las críticas y sugerencias que quieran hacernos para caminar siempre al lado de quienes están entregando su vida al Señor sin exigir un peaje por ello. Por nuestra parte, nos esforzaremos por aguzar el oído, templar el corazón y dar voz a quienes tienen algo que decir desde una experiencia renovada de consagración a Dios. El reciente Sínodo nos ha enseñado que solo cuando aprendemos a «conversar» sin un guion previo dejamos espacio al Espíritu para que nos sorprenda y nos acompañe.