I have a dream | Tengo un sueño

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En la Iglesia celebramos la Jornada Mundial del Migrante y Refugiado, este año con el lema “Libres de elegir si migrar o quedarse”. Un lema que para muchas personas en nuestro mundo hoy es solo un sueño.

Todos tenemos un sueño

Hablando de sueños, todos alimentamos sueños en la vida. Soñamos con tener una vida digna, una vida tranquila y alegre. Deseamos poder elegir lo que comeremos hoy, el lugar donde vivir, y tener lo necesario para cuidar de nuestra salud y la de los nuestros. Algo que parece básico, ¿verdad?

Todas las personas vivimos inmersos en el sueño de Dios. Un sueño de verdad, de justicia, de paz y de amor. Pero la realidad es que no todas las personas pueden vivir ese sueño. Y además ese sueño parece que se hace un poco más complicado cuando pasamos de lo personal a lo comunitario. Estoy convencido que en el sueño de Dios en este 2023 no existen bebes que mueren de hambre, junto a otros que estrenan juguetes cada dos por tres, y no saben qué hacer con ellos. Tampoco tienen cabida en el sueño de Dios los conflictos entre pueblos y naciones que destruyen hogares e ilusiones.

Cuando Dios creó al mundo, seguramente no pensó que la casa que nos regaló iba a ser explotada de tal manera que se iba a volver imposible de habitar en lugares en donde un día florecía la vida en armonía. Nunca se le hubiera ocurrido a Dios pensar, que algún día sus criaturas, a quienes imaginó conviviendo en paz como hermanas y hermanos, se iban a temer tanto unas a otras que se iban a quitar la vida en las maneras más violentas y crueles posibles.

Libres de elegir si migrar o quedarse

Cuando la posibilidad de una vida digna no se ve alcanzable ni en sueños, la persona se ve obligada a abandonar su hogar y a buscarla en otro lugar. ¡Qué bueno sería que quien abandona su hogar no lo hace obligado sino decidiendo porque así lo desea!

Es cierto que en nuestro corazón todos queremos vivir en paz y alegremente. Pero la realidad es que no todas las personas ponemos de nuestra parte para lograrlo. No siempre somos capaces de renunciar a tener un poco más para que otros gocen de lo mínimo, no siempre nos atrevemos a hacerle frente a las estructuras sociales que nos llenan de ataduras y oprimen a ciertos sectores de nuestra sociedad.

Cuantas veces acumulamos y acumulamos, en armarios, con más propiedades, más títulos, y nos olvidamos de compartir o de llevar una vida que genere esperanza y oportunidades en nuestro mundo.

¿Cultura de la fraternidad o cultura de la indiferencia?

Cuando las sociedades no cuidan y protegen a cada uno de sus miembros por igual, esta desigualdad tiene muchas consecuencias. No podemos dejar ese cometido de promover el bienestar de la sociedad y luchar contra la injusticia a las instituciones sociales o a las parroquias. Los que nos dedicamos a este cometido lo vivimos a diario. Si todos juntos no remamos en el mismo barco estamos perdidos.

El Papa Francisco lo ha dicho bien claro estos días en Marsella: “No nos acostumbremos a considerar los naufragios como noticias y a los muertos como cifras… Amigos, ante nosotros se abre una encrucijada: por una parte, la fraternidad, que fecunda de bien la comunidad humana; por otra, la indiferencia, que ensangrienta el Mediterráneo. Nos encontramos frente a una encrucijada de civilización. ¿O la cultura de la humanidad y fraternidad, o la cultura de la indiferencia? Que cada uno se decante como quiera.”

No nos acostumbremos a considerar los naufragios como noticias y a los muertos como cifras.

Papa Francisco

Pensad en el evangelio de hoy. Qué pasaría si viéramos la viña como un bien común de todas las personas en el que cada una participa, según sus posibilidades para sacarla adelante. No importa la recompensa, el denario, si al final ésta se reparte de manera justa y alcanza para que todas y todos vivamos con dignidad, paz y amor.

Qué pasaría si en lugar de competir por quién gana más, nos alegráramos cuando en comunidad vamos ganando juntas y juntos. Nos alegraríamos porque estamos actuando juntos para preparar la tierra, arar, sembrar, regar y cosechar cuando llegara la cosecha. Cada uno por separado llegamos hasta donde llegamos y tenemos unas capacidades, pero juntos podemos más. Unos sabemos sembrar, otros regar, otros arar. Juntos podemos llegar donde solos nunca hubiéramos soñado.

Remando juntos por el bien común

Conviviendo y sumando más juntos y pensando en el bien común, seríamos capaces de construir sociedades donde, como mínimo, nos respetaríamos unos a otros, nos cuidaríamos, y nos motivaríamos para seguir adelante. Podríamos celebrar nuestra diversidad, nuestros dones y talentos, y seríamos capaces de celebrar también nuestras fortalezas y limitaciones, pues estaríamos confiados que donde yo no llego, otros me apoyarían, y en última instancia el mismo Dios.

Creo que esa es la verdadera riqueza de la humanidad, de la Iglesia. Imaginad la tranquilidad que da a una persona saberse libre de quedarse trabajando en la viña, colaborando para alcanzar un bien común o trasladarse a otra viña, en otro lugar, en la que encontrará la misma oportunidad de colaborar para el bien de todos.

Uno de los grandes dones que nos han sido dados por Dios y que todos valoramos mucho es la libertad. Las escrituras hoy nos invitan a encontrarla en diferentes formas y momentos.

La libertad de Dios de amar a todas sus criaturas, la libertad de cuidar y mirar a cada una de ellas, según lo que necesita y puede aportar. Ante la mirada de Dios no hay nada ni nadie que sea insignificante. Dios nos regala esta misma libertad de amar a los demás.

¿Cómo ejercemos la libertad?, ¿Cómo cuidamos del sueño de Dios en nuestra vida y sobre todo del sueño de Dios en nuestra comunidad, en la sociedad, en el mundo? ¿De qué manera hoy especialmente tenemos presente a las personas que por diversas circunstancias se ven obligadas a dejar su hogar y no tienen libertad para permanecer en su hogar o emprender un nuevo camino?

Oración del Papa Francisco

Oh Dios, Padre todopoderoso,
concédenos la gracia de comprometernos activamente
en favor de la justicia, la solidaridad y la paz,
para que a todos tus hijos se les asegure
la libertad de elegir si migrar o quedarse.
Concédenos la valentía de denunciar
todos los horrores de nuestro mundo,
de luchar contra toda injusticia
que desfigura la belleza de tus criaturas
y la armonía de nuestra casa común.
Sostennos con la fuerza de tu Espíritu,
para que podamos manifestar tu ternura
a cada migrante que pones en nuestro camino
y difundir en los corazones y en cada ambiente
la cultura del encuentro y del cuidado.

 

(Recreación de la reflexión pastoral sobre el Mensaje de Papa Francisco para la Jornada Mundial del Migrante y Refugiado 2023. Las lecturas de hoy son las del domingo 25º del Tiempo Ordinario – Ciclo A y el Evangelio es del Evangelio de S. Mateo 20,1-16)