Hoy celebramos en este tiempo Pascual la fiesta de San José Obrero, la fiesta de todas las personas trabajadoras, y los que somos de España hoy no se nos olvida que, como todo primer domingo de mayo, tenemos una gran fiesta, el Día de la Madre. Así que, a todas las personas trabajadoras y a todas las mamás, muchas felicidades.
S. Juan nos presenta una verdadera catequesis en tres escenas que justo nos hablan de las dos fiestas que hoy celebramos: El trabajo y el amor.
Jesús resucitado se encuentra con sus discípulos en el lago de Galilea. Todos sabemos lo que significa en el Nuevo Testamento la pesca en medio del mar. Pues bien, hay una primera escena en la que Pedro como cabeza de los discípulos decide ponerse a trabajar en medio de la oscuridad de la noche: “Me voy a pescar”. Los demás discípulos le siguen: “También nosotros nos vamos contigo”. Están de nuevo juntos como antes, pero falta Jesús. Salen a pescar, pero no porque Jesús los llamara sino por iniciativa propia. S. Juan nos deja claro que este trabajo se realiza de noche y no da fruto: “aquella noche no cogieron nada”. La “noche” significa la ausencia de Jesús que es la Luz. Sin la presencia de Jesús resucitado, no hay evangelización ni trabajo que vaya adelante.
La segunda escena, empieza al amanecer, cuando se les presenta Jesús. Jesús que es la Luz ilumina todo. Les habla desde la orilla, pero al principio no le reconocen. Sólo lo reconocerán cuando, siguiendo sus indicaciones, logren una pesca que ni se imaginaban: “Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.” Tal fue la sorpresa que no les quedó duda: “Es el Señor”, el mismo que un día los llamó a ser “pescadores de hombres”.
¿Qué nos dice Jesús hoy a nosotros? Solo cuando tenemos presente a Jesús resucitado nuestro trabajo da verdadero fruto, es verdadera buena noticia. A veces vemos el trabajo como un mal menor en el que estamos unas horas como máquinas, con el deseo de llegar a casa y ponernos cómodos o hacer otra cosa; pero en el trabajo (si tenemos la suerte de hacerlo) nos pasamos casi toda nuestra vida. ¿Por qué no hacer de nuestro trabajo un espacio de evangelización, de verdadero encuentro? No digo yo que estemos dando catequesis, pero creo que me entendéis. ¿Cuál es mi actitud? ¿La de trepar, caiga quien caiga, pisando a los demás solo para mi propio interés y ascenso? ¿O vivo mi trabajo como un servicio a los demás para el bien común donde compartir, colaborar, sumar? Creo que hoy más que nunca estamos llamados a hacer presente al Jesús resucitado en nuestra vida cotidiana, que pasa por nuestro trabajo.
Vamos ahora con la tercera escena. Esta es la comida de Jesús con sus discípulos y la conversación con Pedro: “¿Me amas?” Es otra catequesis en la que Jesús nos deja bien claro que nuestra fe no se basa solo en ideas, razones o leyes. Nuestra vida como cristianos se basa en nuestra experiencia de amor, de confianza. Algo que Jesús nos descubre en la conversación con Pedro, y que nosotros hemos aprendido del amor de nuestras madres y nuestros padres.
El que no ama, no entiende el alcance de la fe cristiana. Amar es confiar, es arriesgarse, es ponerse en la piel del otro, es disculpar, es ponerse al servicio. Cuando amamos de verdad a alguien, confiamos en ella de tal manera y nos enamoramos de ella, que se convierte en el centro de nuestro pensamiento, nuestro corazón, de lo que somos. Por eso Jesús le pregunta a Pedro tres veces: ¿Me amas? ¿Es tu vida y tu fe una verdadera experiencia de amor? Una pregunta que también nos hace a cada uno y cada una de nosotras. ¿Me amas? Pues entonces, “Sígueme”.
En el Día de la Madre que hoy celebramos, caemos en la cuenta de cómo nuestras madres nos han enseñado a amar, a tener confianza,… nos han ayudado a acercarnos a la experiencia del amor incondicional de Dios, que nos pone en camino y nos invita a tenerlo siempre a nuestro lado para que nuestro trabajo, como comentábamos antes, y toda nuestra vida realmente tenga sentido.
Termino con una oración del P. Arrupe que ilustra esta experiencia honda de amor del Jesús resucitado que dinamiza y está llamado a ser el motor de nuestras vidas, de nuestro día a día.
No hay nada más práctico que encontrar a Dios.
Es decir, enamorarse profundamente y sin mirar atrás.
Aquello de lo que te enamores,
lo que arrebate tu imaginación,
afectará todo.
Determinará lo que te haga
levantarte por la mañana,
lo que harás con tus atardeceres,
cómo pases tus fines de semana,
lo que leas,
a quién conozcas,
lo que te rompa el corazón…
y lo que te llene de asombro,
con alegría y agradecimiento.
Enamórate, permanece enamorado,
y esto lo decidirá todo.