Pienso en el pasaje evangélico de Mt 6,6, que describe el movimiento del orante en torno a tres verbos: «entra en tu habitación», «cierra la puerta», «y ora a tu Padre que ve en lo secreto». Para entrar hay que salir primero. La Cuaresma es una dinámica exodal. Para entrar en nuestra propia «habitación», en nuestra propia celda, en nuestra propia realidad, tenemos que desprendernos críticamente de todo lo que no nos corresponde. Y es tan fácil vivir mal situados, en una vida precaria, desarraigada, flotante. El antropólogo contemporáneo Marc Augé ha acuñado una curiosa categoría: el no-lugar. Con esta categoría pretende describir esos espacios urbanos, completamente impersonales, destinados a ser utilizados, pero que excluyen cualquier forma de relación duradera, de reconocimiento o de apropiación. Pero los no-lugares son también el símbolo de un modo de vida, de un estilo de existencia que, por desgracia, también nos contamina. Porque, que no quepa duda, cuando no cuidamos evangélicamente nuestra vida, tanto personal como comunitaria, ésta se convierte en un no-lugar.
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