“Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa.” (S. Mateo 5, 13-15)
Hoy recibimos una invitación a ser sal y luz, sal que sala y luz que brilla. Invitados a dar sabor a la vida y a ser luz que alumbre.
En el lenguaje más corriente también se nos invita al salseo, a mostrarnos en todos los escaparates donde se nos vea bien, o a triunfar en la vida profesional y subir caiga quien caiga. ¿Tiene el mismo sentido que la invitación de Jesús? Todos sabemos que no.
Los saraos de las revistas de corazón o de los programas salsa rosa van por otro lado. El estar siempre en los escaparates de los grandes almacenes y más claramente en las redes sociales,… poniendo morritos, o cara de duro,… el trepar en el trabajo, pisando y oprimiendo a los demás compañeros, creo que dista un poco (por ser finos) de la invitación de Jesús.
En los saraos y salseos normalmente se chismorrea, muchas veces se acusa o critica. Cuantas veces hemos visto o incluso nosotros hemos dejado de lado a los compañeros y compañeras por trepar en la empresa y en las instituciones. Isaías nos lo dice bien claro en la primera lectura: “Cuando alejes de ti la opresión, el dedo acusador y la calumnia.”
Normalmente todas estas actitudes nos dejan un sabor de boca y iluminan una parte de nuestra vida que parece darnos alegría y satisfacción momentánea, pero a la larga nos dejan vacíos y lo que es peor, muy solos. Porque ya sabéis el dicho: “Por el interés, te quiero Andrés”.
En los escaparates y en los pedestales uno no aguanta mucho tiempo, fingiendo lo que no es y pisando a los demás para que nadie logre subir donde estoy yo. Cuanto dolor y sinsabores causamos a veces, cuantos «burnout» y gente super quemada en el trabajo, que últimamente no solo nos deshacen por dentro, sino que causan tanto dolor a los demás.
Pero entonces, ¿Qué es lo que nos propone Jesús? ¿Qué tipo de sal estamos llamados a ser, que da sabor de verdad y qué tipo de luz que ilumina en la noche?
Volvamos al evangelio: “Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos.”
Llamados a hacer buenas obras. ¿Qué buenas obras? Las lecturas nos dicen:
“Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, cubre a quien ves desnudo y no te desentiendas de los tuyos”. (Isaías 58, 7)
“En las tinieblas brilla como una luz el que es justo, clemente y compasivo.” (Salmo 111)
Unas buenas obras que brotan del agradecimiento, de querer transparentar y portar el amor, el cuidado hacia los demás; esa luz que hemos recibido de Dios, para que otros también la puedan disfrutar. Una sal y una luz que gratis hemos recibido y que gratis ofrecemos.
Dejarme contaros el testimonio de Rosi.
Rosi falleció hace ya unos meses y dedicó sus últimos años en nuestra parroquia de S. Ignacio de Loyola de Madrid como catequista de los más pequeños. Mujer joven, dinámica, una mujer de Dios, muy querida por los más jóvenes y sus compañeros y compañeras catequistas.
Rosi llegó hace unas décadas a España desde Paraguay con el firme propósito de sacar a su familia adelante con esfuerzo y generosidad. El cuidado fue su herramienta en estos años, en los cuales cuidó de niños y ancianos en España, mientras a los suyos los iba apoyando para darles un sustento y una educación en su tierra natal.
Hace unos años a Rosi se le diagnosticó un cáncer, al principio parecía que con buena calidad de vida, pero se precipitó un empeoramiento progresivo en los últimos meses. Tiempo de pandemia, que le impidió trabajar y costearse un espacio digno donde vivir…, Rosi siempre había cuidado, de los niños y mayores españoles, de su familia en Paraguay, de los niños de la catequesis, amiga de sus amigos,… Ahora la enfermedad la había dejado muy débil y vulnerable.
La comunidad parroquial invitó a Rosi a que se incorporara a una de las viviendas de los programas de hospitalidad de la parroquia, para que pudiera descansar y ser atendida por su madre y su hija que vinieron a Madrid para cuidar de ella. Muchas han sido las muestras de cariño y cuidado de la comunidad. Poco a poco, su vida se ha ido apagando y ya descansa en los brazos del Padre.
Rosi un día dejó su casa y a los suyos y ha dedicado su vida al cuidado, como muchas de las mujeres que dejan su tierra, viviendo la tensión de cuidar de los hijos de otros, mientras los propios permanecer a miles de kilómetros. Su fe, su amor y la experiencia del Señor de la vida la llevó a transmitirla a los demás, a los más pequeños.
El testimonio, las buenas obras de Rosi, y también de la comunidad parroquial, iluminan nuestra vida y nos animan a dar sabor.
Le pedimos especialmente al Señor que nos siga animando e impulsando a dar sabor a nuestra existencia, a no ser unos sosos; y también a ser portadores de esa luz, que ilumine y alegre la vida a todas las personas que tenemos a nuestro alrededor.
Hoy especialmente os pido que nos unamos en oración por 12 compañeros jesuitas que han sido ordenados diáconos en Madrid este fin de semana, en su proceso para llegar a ser sacerdotes. Que el leitmotiv de su vida sea el servicio a los demás, especialmente a los más necesitados; un servicio que sea sal y luz.
Hacemos nuestras las palabras del obispo en la ordenación cuando entrega a cada uno de los ordenados el libro de los Evangelios, mientras ellos lo reciben de rodillas:
“Recibe el Evangelio de Cristo,
del cual has sido constituido mensajero;
convierte en fe viva lo que lees,
y lo que has hecho fe viva enséñalo,
y cumple aquello que has enseñado.”
Amen