viernes, 26 abril, 2024

NÚMERO DE VR, MAYO 2022

Aprender a ser padres y madres

Lo nuevo, por bueno y atrayente que se presente, ofrece inseguridad. Así nos encanta flirtear con las palabras, siempre que estas no tengan consecuencias. Decimos amar la pluralidad y la diversidad; decimos querer y creer a quien quiere y cree de manera distinta a nosotros. No tenemos ningún problema en hablar de perdón y sinergia; de creatividad y ruptura… Pero si solo son palabras y lo hacemos desde posiciones inamovibles es un auténtico flirteo. Algo parecido nos ocurre con la interpretación de los signos de nuestra era desde la perspectiva de la vida consagrada. Con la cuestión vocacional, es más fácil afirmar que no hay vocaciones que preguntarnos con qué transparencia y libertad estamos ofreciendo el carisma. Es más simple constatar quién no responde a los ritmos comunitarios que preguntarnos si el ambiente de la comunidad está vivo. Es mucho más sencillo hablar de la calle que pisarla; más frecuente hablar de frontera que salir a ella; más redundantes los textos con la palabra salida, que la efectiva salida a la intemperie… Es, indudablemente, cuestión de verbos. Pero me temo que el problema es más de fondo que de formas. Los consagrados, como todas las personas seguras de nuestro tiempo, sabemos que arriesgarnos a cambiar tiene consecuencias. Por eso ralentizamos las decisiones todo lo que podemos: no es lo mismo afirmar que «algo está cambiando», que caer de bruces ante la realidad y reconocer que «todo ha cambiado». Y, por más anestesia que queramos poner a nuestras palabras, la realidad de la vida consagrada es otra. Muy diferente al imaginario en el que sostenemos nuestros relatos.

La perspectiva Pascual de la vida consagrada no es lo que soñamos que venga, sino lo que actualmente es. Y estamos en la aparente paradoja de «dos universos» que, simulando diálogo, no se encuentran: Por un lado una estructura estable, casi inamovible que representamos los formados y formadas en la cultura occidental de décadas pasadas; por otro, las jóvenes y los jóvenes que desde sus culturas, vienen a un encuentro con el carisma, que los recibe, algunas veces, teñido de rasgos culturales que son incapaces de asimilar. No es solo salvar la distancia de juventud y vejez para caminar unidos; es la ruptura de mundos que tienen raíces, sueños y horizontes que no se encuentran. Es como si hubiese una vida consagrada en éxodo que deja sus países y sueños porque se ha enamorado de un carisma, y una vida consagrada –solidificada en la «cultura» del carisma– que espera su llegada para hacerla despertar.

Es admirable la tarea de los formadores y formadoras –con razón José Cristo Rey G. Paredes, prefiere hablar de educadores–. Creo que en este tiempo están demostrando una entrega encomiable que dará su fruto. Están, cada día, aprendiendo a ser desde perspectivas culturales que no son las suyas y, evidentemente, el Espíritu bendice y posibilita la fecundidad de una misión, que no siempre se ve. Además, están entre su congregación joven que llega y su congregación mayor que está. Están en medio. Nuestras congregaciones quieren tener hijos. Constantemente se lo piden al «Dueño de la mies». Lo que no es tan seguro que estemos dispuestos a comprometernos como padres o madres con los hijos que Él nos envía. Esa paternidad y maternidad generativa de los consagrados es la que hace fecundos y transculturales los carismas. La que posibilita que pronunciemos con sentido palabras como porvenir, futuro o mañana.

Luis Aranguren Gonzalo en Tiempo emergente (2021) tiene palabras sugerentes al respecto que, una vez pensadas, nos invitan a ver la realidad como es y no como la proyectamos: «Decir educación es pronunciar con hechos que nos educamos entre todos[…]». El autor habla de aulas, nosotros bien podemos hacerlo de comunidades «pobladas por decenas de nacionalidades diversas originan no pocas distorsiones, anomalías y quebraderos de cabeza, pero constituyen el comienzo de una nueva forma de convivencia, entendida no solo como el arte de vivir entre gentes diversas sino como la capacidad de darse vida buena los unos a los otros, desde la búsqueda del mejor futuro que emerge para todos». Pues eso, no es que algo esté cambiando…es que ha cambiado.

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