ASOMARNOS A LA NOVEDAD QUE VIENE

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Más o menos estamos de vuelta a la «normalidad». Vamos perdiendo el miedo y con ello volvemos a las urgencias donde nos habíamos quedado. Es la planificación para un mañana que se desea diferente. Quizá a todo ello no haya nada que objetar. El sentido común y la misión invitan a asumir con responsabilidad qué caminos son los que pueden traer signos de vida a nuestras familias religiosas.

Hay quienes estiman que la buena respuesta a todo ello es una consistente argumentación doctrinal. Textos, cuanto más densos y extensos mejor, para que puedan servir a cada situación. Como si nuestros tiempos pudieran asemejarse al medievo y bastase afirmar: «A esta situación respondemos diciendo que…». Estos hermanos y hermanas son los que gustan de tener todo «atado y bien atado» para que nada nos pueda sorprender. Se conforman con las aportaciones y respuestas recibidas en cuestionarios sumados en los que además son «capaces» de integrar e interpretar los silencios de cada consagrado. Siempre se argumenta igual: «el (la) que quiera tiene oportunidad de decir lo que piense». No caen en la cuenta que la oportunidad no la otorgan ellos o ellas, sino el Espíritu en espacios donde pueda darse. Y ahí está el problema: nuestros espacios pueden estar adormecidos o adulterados. Hartos de palabras y propuestas que resuenan, una y otra vez, no por asumidas, sino por reiteradas. Hay un ejemplo muy significativo de este aspecto que apunto. En la Iglesia estamos muy preocupados –y con razón– por la presencia evangelizadora en los medios. Es uno de los retos de misión, indudablemente, para nuestro tiempo. ¿Cuál es la respuesta a este reto? Pues un exceso atronador de medios endogámicos, con discursos endogámicos y justificaciones endogámicas… La cantidad, proliferación y abundamiento de palabras de los mismos en los mismos medios, no solo no atrae, ni informa, sino que, a mi modo de ver, desvanece un necesario diálogo con la realidad. Por el contrario, hace unos meses, ante un tema muy delicado de humanidad en la frontera entre España y Marruecos, la presencia de Santiago Agrelo en un medio «no amigo» (digámoslo así) bastó para ayudarnos a entender que la cuestión es de esencia, no de insistencia; es de calidad humana no de justificación eclesiástica; es de visión y fe, no de palabras y brindis al viento. Sus quince minutos dejaron una prueba fehaciente de que los consagrados saben estar en la realidad ofreciendo pistas, vida y novedad… y hacen pensar.

Otro tanto podríamos decir de nuestros capítulos, asambleas, reuniones, programaciones y destinos. El criterio no puede ser «a ver cómo engordamos» lo que hay, sino a ver cómo nos asomamos a la novedad que viene. La necesidad es de esencia no de cantidad; hemos de propiciar la cantidad justa que dé sabor a la vida, las relaciones, el sentido de fraternidad y la misión. Volver a reiterar por qué es importante lo que hemos hecho o los grandes servicios que hemos prestado alimentan el recuerdo, pero no la vida y mucho menos la esperanza del mañana. El criterio ha der ser de esencialidad y consenso sobre esa esencialidad; una presencia en la realidad de nuestros carismas que devuelva verdad a nuestras relaciones e intereses; un acercamiento a la calle para vivir, desde ella, la consagración que no es tanto separación, cuanto significar una totalidad que nos compromete de manera definitiva con la humanidad. Como acertadamente apunta Fabrice Hadjadj: «Debe ser el testimonio de una comunidad viva, acogedora, radiante, con un atrio abierto a la calle para atraer al transeúnte a la fiesta pascual, pero sabiendo también apartarse de la muchedumbre para ofrecerle el recogimiento de la adoración».

Devolver vida a nuestras instituciones nos aleja justamente de lo espectacular para proponernos una travesía en providencia con el Espíritu. Empezaremos a gustar otros valores; viviremos nuevas posibilidades y, paradójicamente, podemos recuperar la riqueza vocacional de nuestras congregaciones. Descubriremos que no somos tan pocos para la misión que el Espíritu susurra y, lo que es mejor, descubriremos que no nos sobra ningún hermano o hermana de nuestra casa… Porque –en palabras de Hadjadj– «si no se da ese repliegue en grupos pequeños no se ilumina realmente al mundo, porque entonces el mundo ya no se considera una constelación de rostros irreductibles, sino una masa que modelar, una clientela potencial».