viernes, 19 abril, 2024

ALGUNAS MUJERES EN LOS CAMINOS DEL SÍNODO

Aprovechando que estamos en la octava de Teresa de Jesús, mujer y amiga de Dios y que a ella nunca le gustó «andar por las ramas» –por eso descubrió tan bien el rostro de Jesús– quiero compartiros algunas «consolaciones» de los últimos días. Y es que Teresa de Jesús es el paradigma más sensato de la vida consagrada también para nuestros días sinodales. Abrió caminos y no los impuso; escuchó y, en consecuencia, cambió varias veces en su vida; supo ofrecer hogar para quienes buscaban, como ella, la sencillez del Reino de Dios; seguramente se comió muchas palabras, pero nos dejó otras tantas en las que hoy encontramos luz para el seguimiento, la innovación y la verdad del discipulado. Teresa de Jesús es, sin duda alguna, un modelo de feminidad que luce por sí misma, sin tener que enfrentar o confrontar a otros u otras. Es una mujer que crea vida, la gesta, la acompaña y la recibe.

Se me ocurre que como ella, hay muchas mujeres que lo están haciendo. No nos redactan sus moradas, pero las viven. Hay mujeres consagradas que en el silencio de la jornada tienen muchas palabras llenas de Dios. Nos lo entregan en infinidad de gestos callados. Nos transparentan luz, aun cuando estén viviendo oscuridad u ocultación, que de todo hay.

Hay mujeres que tienen nombre y apellidos, historia vocacional y milagros para repartir que, de momento, disfrutan pocos. Son ellas –también, por supuesto, hay varones– quienes nos dicen en lo concreto en qué consiste la sinodalidad. Lo dicen sin decirlo ni publicarlo, pero la viven. Están siendo lazo, unión y vínculo entre los diferentes. Están sirviendo y gozando de la alegría del servicio gratuito. Están escuchando a la multitud de heridos y heridas que provoca una sociedad en guerra comercial manifiesta. Acompañan a los descartados por el sensacionalismo y la hipocresía; los silenciados y arrinconados por quienes viven en sus círculos cerrados de poder; los que se sienten solos e indefensos porque han acumulado años de silencio y desprecio; los vagabundos, ancianos y aquellos que no cuentan para las encuestas de opinión. Los transeúntes, sin papeles, huidos y presos… Hay muchas experiencias de consuelo que miradas una a una parecen anécdotas, vistas en conjunto nos hablan de la arrolladora fuerza de la historia de la salvación en camino.

Son ellas las que sostienen comunidades que aún siendo débiles, resplandecen porque desprenden misericordia y verdad. Están en el corazón de las iglesias locales. En los ministerios de riesgo, con los últimos y últimas. Dan rostro a las conferencias de religiosos y tienen corazón y comunión para regalar a los que, dentro de ellas, están más solos o débiles. Comparten la fe en sus parroquias, son pueblo de Dios feliz de serlo y llevan el aliento y a Cristo a tantos enfermos e impedidos. Rememoran y brillan con el primer amor de la fe cada vez que acompañan a los más pequeños o adultos en la entrada sacramental de la Iglesia. Son mujeres que están y sirven; sostienen y alientan una Iglesia que quiere caminar sinodalmente… que quiere gritar comunión en la diversidad. Estas mujeres, con años y experiencia de camino, llaman a cada cosa por su nombre. Son valientes y tienen fe. A veces callan, no es por cobardía o por dar la razón a quien sin vista manda, es por la confianza que tienen en la fuerza de la comunión que, al final y siempre, llevará a la comunidad cristiana a los márgenes, allí donde la vida crece y se cuestiona. Allí donde está la verdad.

Estas mujeres que difícilmente dejarán su nombre en los medios de comunicación del proceso sinodal son, sin embargo, el alma de un itinerario que hoy empieza. En su corazón y en sus entrañas todavía fecundas tiene garantías de éxito esta experiencia de encuentro, camino y comunión. Va por ellas.

 

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