«LOS AFINES JUSTIFICAN LOS MEDIOS»

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El rotoLo leía esta mañana en un diario, no importa el nombre. Supongo que para la generalidad de la población el «irónico chiste» remite a los procesos de corrupción, falta de objetividad, polarización y, hasta, enfrentamiento de grupos sociales que piensan diferente. Para unos pocos, como yo, me remitió a ese gran milagro que traemos entre manos y que se llama comunidad al servicio del reino. Me repito desde hace unas horas si el foco de la dificultad para una autentica revitalización reside en que los afines o las afines justificamos los medios.

Últimamente dedico bastantes horas al día a pensar en los procesos autopoiéticos de la comunidad. Su capacidad para mostrar y celebrar que tiene vida. El milagro de poder transparentar, también hoy, que el entramado de la vida religiosa no es, ni mucho menos, historia o pasado, sino una posibilidad bien creativa y coherente de hacer que la vida merezca la pena. Últimamente remuevo, procurando no venirme abajo, aquellos valores que creo presentes en mí y en mis hermanos y hermanas de vocación y que me siguen insistiendo que las apariencias engañan, para bien. Hay mucho reino y mucha verdad bajo una capa de ambigüedad que es un signo del vértigo de este presente incierto. Al hacerlo, aparecen algunas constataciones que creo remiten, de nuevo, al título de este artículo: los afines justifican o justificamos los medios… y, por eso, los amordazamos o dormimos. Me explico.

Hay una distancia notable entre lo que queremos vivir y lo que, de hecho, vivimos. Lo que son valores de la existencia y aquello que conseguimos ofrecer a los demás. No es lo mismo el reconocimiento, teórico, del valor de la humildad, que ofrecerte como siervo de todos. Sin embargo, el no lograrlo, no resta merecimiento a la convicción de que, efectivamente, el valor de la vida es venir a servir. También es verdad que hay una distancia enorme entre las palabras que utilizamos para describir, de la realidad a la que se remiten. Seguro que cuando decimos de alguien que es formidable, no caemos en la cuenta de que todo en su vida no lo es. De igual manera que cuando nos atrevemos a decir que alguien es mediocre, supongo que no estamos negando que su vida no tenga objetivos valores. Vivimos tiempos ambiguos, polisémicos, plurales, volátiles, cambiantes y, quizá por ello, neutros. Un tiempo abonado para la máxima inteligente, que no es mía y que dice que «los afines y las afines justifican –o justificamos– los medios».

Hace unos días asistía a una conferencia en la que se desgranaban unas cuantas frases incisivas sobre pequeñeces, o miserias, o tópicos –no lo sé con certeza– de la vida consagrada y su construcción comunitaria. Lo cierto es que mientras escuchaba, interiormente, me iba diciendo que esas verdades no son tan verdaderas. Que había más autenticidad en los ámbitos comunitarios que conocía, de aquello que se exponía en el relato. Sin embargo, me causó perplejidad, sentir cómo el auditorio disfrutaba, reía y aplaudía con el elenco de «pecadillos». Es el gusto de oír la imposibilidad autopoiética de la comunidad. De nuevo, los afines justifican los medios. Y es que no importa lo que sea, el caso es vivirlo cerca de alguien. O sentir que no estás solo. O llegar a pensar que lo que consigues consensuar con alguien es la «verdad verdadera».

En el Oficio de lecturas de este mismo día, hay un texto precioso de san Teodoro Estudita. Un extraño para estos tiempos de WahtsApp y de Twitter. Afirma san Teodoro, que la cruz es «un árbol que engendra la vida sin ocasionar la muerte; que ilumina sin producir sombras; que introduce en el paraíso sin expulsar a nadie de él…». Y qué cosas, este relato sobre la cruz, también me habla de que «los afines y las afines justificamos los medios» y por eso, tantas ideas y, además, ideas buenas, no llegan a dar la vida esperada. Quizá nos falte tener muy presente y de manera muy precisa que la única verdad es que la comunidad es que ésta nace y está configurada en la cruz redentora de la verdad y solo desde ella, desaparecen «los afines» para aparecer los hermanos y las hermanas. Porque una cosa es cierta, los hermanos nunca justificarán los medios, sino que buscarán que estén al servicio de la verdad para todos.

Y aquí es donde convendría frenar el texto para no abundar en ejemplos de cómo los afines justificamos los medios de la posverdad que no permite que la comunidad adquiera alas y sea libre. Por ejemplo, cuando justificamos que ya hacemos bastante o no podemos compartir más. Cuando certificamos con el estilo de vida que los pobres son argumento de reflexión, pero no de compromiso. Cuando hablamos y hablamos de nuestra vida volcada en la comprensión de los jóvenes sin tener contacto alguno de ellos. Cuando reconocemos el valor de la pluralidad, estando siempre con los mismos y escuchando a los mismos. Cuando hablamos de la riqueza de la misión, y valoramos solo a quienes consideramos amigos o próximos a nuestra vida. Cuando confundimos comunidad con vivir con aquellos que me confirman, apoyan o reconocen. Cuando analizamos la ruptura social sin preguntarnos a quien o quienes marginamos en la propia comunidad.

Nos confundimos y llegamos a justificarnos con la máxima de que «afines justifican los medios» cuando hemos trazado en la propia congregación o comunidad una línea roja» que separa las ovejas buenas de las díscolas; los de mi rebaño y los otros. Cuando las comunidades no son lugares de crecimiento, sino de supervivencia; cuando perdemos libertad para decir lo que creemos, porque tenemos miedo de que nos distancie de quienes «nos apoyan». Cuando creemos que la comunidad se construye solo en los momentos institucionales o formales o mediáticos, dejando el día a día en un marasmo de vulgaridad. Cuando en las cosas importantes (afectivas) de la propia vida, la comunidad ni cuenta ni se la espera. Cuando hay personas, de la misma vocación, a quienes nunca escuchamos, ni consideramos, ni creemos. Cuando vivimos instalados en la crítica o la ironía o el desprecio. O cuando creemos que el verbo querer, no se puede conjugar en casa o con los de casa.

Reducir la consagración al convencimiento de que «los afines justifican los medios» es el freno de la renovación, de la reforma y de la propia vida. Nos lleva a reiterar, a justificarnos y hasta paralizarnos para empezar de nuevo. Nos reduce a una soltería sin salida, con un final anunciado. La revitalización de la vida en comunidad, para este siglo, pasa por la preguntas y respuestas directas e inquietantes: ¿Quieres crecer? ¿Sabes querer? Y quienes estén dispuestos o dispuestas, que den un paso adelante para dejar de justificar lo que se hace y cómo se hace y, a soñar juntos, qué es vivir, cómo sería, se organizaría y manifestaría una vida realmente compartida, ofrecida y celebrada, que quiera ser en fe: común, comunitaria, sincera y verdadera. No podemos seguir instalados en el lamento estéril, sin asumir que cambiar se aprende cambiando.

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