Enviadas a compartir un tesoro

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Flecha amarilla

Jesús envía a un grupo grande de discípulos a la misión de evangelizar, para que colaboren en el proyecto del Reino (Lc. 10, 1-12.17-20). En cierta manera es una invitación que nos hace hoy a cada una de nosotras y nosotros. Hay cinco claves que me gustaría rescatar.

«Poneos en camino»

La semana pasada escuchábamos que nuestra vida tiene sentido cuando nos ponemos en camino, como compañeros y compañeras de Jesús. Nuestras vocación como cristianos tiene sentido desde el seguimiento.

Es el camino donde encontramos sentido a nuestras vida y donde Jesús se nos hace presente, como a los de Emáus, al compartir el pan, la palabra, la misión.

Como nos recuerda el Papa Francisco, somos una Iglesia peregrina, en salida; recibimos la invitación a salir a las calles, a las plazas, a los caminos, a no encerrarnos en nosotros mismos.

«No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias»

Jesús invita a los discípulos desde un modo de ser apóstoles. No desde la ostentación, la abundancia o la superioridad, o confiando en las propias fuerzas y medios, sino poniendo la confianza en Dios.

Muchas veces nos cuesta ponernos en camino, ofrecer y pedir ayuda, porque nos sentimos autosuficientes y satisfechos. ¿Cuándo fue la última vez que me acerqué a los vecinos para pedirles un par de huevos o a alguien en la calle para preguntar la hora? Muchas veces tenemos las despensas llenas y cantidad de aparatos. ¿Vivimos desde la confianza en Dios, desde su providencia o desde nuestras supuestas seguridades?

«Cuando entréis en una casa, decid primero: Paz a esta casa»

La Buena noticia de Jesús es una invitación, un buen deseo, como una bendición. Al entrar en una casa, en un grupo,… deseemos la paz, que nos ubica ante los demás en una actitud de humildad, de respeto, de verdadero encuentro. No como una imposición o como cuando entramos como “elefante en cacharrería”. La Buena noticia de Jesús la recibimos como una invitación, como una alegría que nos desborda, como un regalo, que gratis hemos recibido y que gratis ofrecemos, como un tesoro que llevamos en vasijas de barro.

«Cuando entréis en un pueblo… curad a los enfermos y decid: está cerca de vosotros el reino de Dios»

Dicen en mi pueblo, que obras son amores y no buenas razones. S. Ignacio de Loyola tenía siempre en la boca la máxima, amar y servir. El amor, la buena noticia de evangelio se hace carne en la vida cotidiana, acogiendo, siendo hospitalarios y misericordiosos, curando a los enfermos, ofreciendo nuestros dones a los demás, dando gratis lo que gratis hemos recibido.

«Estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo»

La mayor alegría y regalo que podemos recibir no son un gran coche, ni una subida de sueldo, aunque nos alegra por supuesto. Todos y todas sabemos que la verdadera alegría, la verdadera paz en nuestra alma, viene cuando hacemos la voluntad de Dios, cuando sentimos la alegría de compartir, de caminar al lado de los hermanos y hermanas, cuando somos capaces de consolar y ser consolados, cuando encontramos verdadero sentido a nuestras vidas. Una alegría como la de la mujer cuando encuentra la moneda pérdida, o el pastor cuando encuentra su oveja extraviada, o cuando encontramos la perla, que nos hace vender todo lo que tenemos para comprarla. Esa es la alegría que nos hace vislumbrar y compartir el reino que se hace presente en nuestra vida.

Domingo 14º del Tiempo Ordinario – Ciclo C | Lucas (10, 1-12.17-20)