La verdad es que la insistencia en la Palabra y el solo Dios. El recordatorio, tan frecuente, de «yo soy vuestro Dios, vosotros mi pueblo» lejos de carga, es liberación. Los signos cuaresmales son también los signos de la verdad. De la pertenencia a Dios, de la normalidad. De la definición, sin glosa.
Para los consagrados es una oportunidad excelente para ganar una libertad, en muchos casos, perdida. Tantas obligaciones, externas e internas, pasan factura y al final no es tan seguro que una opción alternativa, subversiva y valiente se transforme en un funcionariado consecuente, anodino, gastado y recurrente. Por eso, el aire fresco de la cuaresma, libera. Da expectativas y aliento no tanto para seguir, cuanto para redirigir. Para hacer selección, para optar, para decidirse y cambiar.
Observo que la mayor dificultad no reside en las convicciones del bien, sino en darles forma. Muchas personas descubren qué les da vida, pero no acaban de «materializar» la opción, no se atreven a dar libertad al carisma. Ahí es donde juega una mala pasada la convención, lo habitual, el alrededor. Yo que siempre defiendo la pertenencia y participación comunitaria, tengo que reconocer que, en este aspecto, cuando los ritmos están viciados, juega un papel letal. Claro que, si es así, no es comunidad. Es otra cosa… Un engendro que se deja llevar en una imparable y agotadora sucesión de actos inconexos que anuncian cansancio.
A mi entender, despertar con conciencia libre en el paraje cuaresmal conlleva necesariamente ponerle nombre a los sentimientos y opciones, a las verdades y las medias verdades que personalmente arrastramos, pero también a las que compartimos, no tan alegremente, cuanto silenciosamente pro bono pacis. En este sentido, solo una comunidad que se atreva a mirar a los ojos a la libertad, será la que tenga futuro, porque también tiene presente. La cuaresma es un tiempo muy propicio, por ejemplo, para preguntarme y preguntarnos qué significa, en verdad, la palabra «todos» , cuando solo cuento con algunos; qué distancia hay entre misión y «mi trabajo»; qué calidad tiene mi crecimiento espiritual; qué palabras abundan en mi boca y mi corazón; qué confianza real tengo en quienes conmigo comparten vida; qué espero, si es que espero, de quienes defino como «hermanos»; qué palabras comparto para crecer en la fe; cómo ayudo a otros a descubrir a Dios; qué convicción aporto a la oración de mi comunidad, qué esperanza, solidaridad o alegría vivo y transmito… Si te pones a pensar, y seguro que lo haces, la cuaresma es una oportunidad inmejorable para la verdad, por eso también es el camino de la libertad. Porque si no se desencadena este proceso, esta cultura nuestra tan clara y cruel, nos terminará diciendo que lo que vivimos no tiene verdad, no tiene futuro y nos conformaremos, con seguir viviendo, gastando los días en algo que un día tuvo sabor a reino, pero hoy solo sabe a pasado sin vida.