El verano sobrecarga de actividad las agencias de viajes, las redes sociales nos bombardean con sugerencias maravillosas, las autopistas y aeropuertos se bloquean con nuestro afán, los «ciclones» con los que fantaseamos durante el año nos lanzan a lugares que se supone cumplen una función compensatoria o suplementaria respecto a la vida ordinaria. Sin embargo, cada vez son menos los que nos ayudan a abrazar una aventura propia, una maravillosa aventura necesaria: la aventura de ser.
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