Un cuento: El partido que lo cambió todo

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En una de las comunas de Bruselas, había dos grupos de chavales que no se podían ni ver. Por un lado, estaban los del instituto público, liderados por Emma, una chica lista y deportista. Por el otro, los del colegio privado, con Alex a la cabeza, un chaval de buena familia y un crack con el balón.

Cada vez que se cruzaban en el parque, saltaban chispas. Se insultaban, se miraban mal, y más de una vez casi llegan a las manos. Los del público creían que los del privado eran unos pijos creídos, y los del privado pensaban que los otros eran unos macarras.

Un día, la comuna anunció que iban a construir un centro juvenil en la comuna. Pero había un problema: solo había espacio para un campo de fútbol o uno de baloncesto, no para las dos. Claro, los dos grupos querían decidir.

Emma propuso resolver el asunto con un partido de fútbol. El equipo ganador elegiría. Alex aceptó el reto, pensando que sería pan comido.

El día del partido, cuando iban a empezar, pasó algo inesperado. Jaime, el mejor jugador del equipo de Emma, se torció el tobillo durante el calentamiento. Sin él, no tenían ninguna posibilidad.

Todos esperaban que Alex se aprovechara de la situación, pero para sorpresa de todos, dijo: «Eh, esto no mola. Si vamos a jugar, que sea en igualdad de condiciones. Noah, tú te quedas en el banquillo.» Noah era el goleador de su equipo.

El partido fue intenso. Jugaron con todas sus ganas, pero también con respeto. Cuando terminó, estaban empatados y decidieron que lo justo era tener tanto el campo de fútbol como el de baloncesto, aunque fueran más pequeños.

Después del partido, Emma se acercó a Álex: «Oye, gracias por lo de antes. Ha sido un detalle. Quizás os habíamos juzgado mal.»

Alex sonrió: «Y nosotros a vosotros. Al final, todos queremos lo mismo: un lugar cool para jugar.»

A partir de ese día, los dos grupos empezaron a juntarse. Organizaban torneos conjuntos, fiestas en el parque y hasta crearon un grupo de estudio donde se ayudaban con los deberes y tareas.

Moraleja

Chicos, a veces creemos que alguien es nuestro «enemigo» solo porque es diferente o porque no lo conocemos bien. Pero cuando nos damos la oportunidad de ver más allá de las etiquetas, descubrimos que tenemos más en común de lo que pensábamos.

Si aprendemos estas cosas cuando somos jóvenes, el mundo puede ser diferente, y tal vez no tengamos que hacer como los mayores con tantas guerras en el mundo, como el tercer año que mañana recordaremos del inicio de la guerra en Ucrania. Cuanto dolor y muerte, cuántos niños que no pueden jugar en su barrio al fútbol, ni estar a gusto en la escuela, ni crecer en paz; alejados de sus papás.

La verdadera fuerza está en la unión y en tratar a los demás como nos gustaría que nos trataran a nosotros. Así que ya sabéis, la próxima vez que os encontréis con alguien que os cae mal, dadle una oportunidad. ¡Podríais acabar siendo amigos!

Un cuento inspirado en Lucas (6,27-38): Amor a los enemigos

Domingo del Tiempo Ordinario VII