«La vida consagrada es el rostro samaritano que se entrega por amor»

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María José Tuñón
Esclava del Sagrado Corazón de Jesús y directora del Secretariado de la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada

Carlos González García

Periodista y escritor

En cualquier lugar donde se acaricia la piel de lo más vulnerable se hace Eucaristía. En este acorde de hojas bañadas de ternura florece la mirada de la hermana María José Tuñón, donde el Verbo esculpe vida tras la brisa del Calvario. Esta Esclava del Sagrado Corazón de Jesús toma el barro herido con sus manos, lo besa delicadamente y, al desliz de un Jesús Abandonado, limpia el borde del Costado porque su alma se acrisola tras el eco del Amor

 

A veces, Dios escucha el dolor del mundo y hace silencio. Apenas han pasado diez minutos de las ocho de la mañana y, tímidamente, se escucha el canto de un gorrión en la madrileña calle de Añastro. Ningún lunes despierta por igual, pero tengo el presentimiento de que este guarda el tesoro más preciado del impaciente Amado, el que custodia en sus manos la niña de sus ojos.

«¡Gracias por venir hasta este rincón y gracias por tu confianza!». La sonrisa de la hermana María José Tuñón no se guarda nada. Tampoco su palabra, que acoge la mirada herida y ama como Él ama; sin preguntas, sin medidas que hienden el dolor de quien más sufre. Tras 46 años de su primer sí a Dios como Esclava del Sagrado Corazón de Jesús, roza con cuidado la cruz que adorna su pecho, como si no quisiera dañar ni una sola de sus espinas. Es detallista en sus gestos, en su hacer entregado, en su manera de cuidar. Por eso, sus ojos acaban derramando el último atisbo sobre la piel susceptible del Cordero.

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