Cuando el corazón arde…

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DSC_0436Dice Eduardo Galeano, hablando de los fuegos, que los hay de todo tipo. Algunos parece que arden, pero son solo apariencia. Otros arden, pero llenan todo de chispas. Hay, sin embargo, algunos que «arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende». De estos últimos es Santiago Agrelo.

Hoy cumple 72 años, muchos para esta sociedad nuestra que le cuesta tener memoria; pocos para quienes nos sentimos aprendices de Reino. 72 años acumulan experiencia y paz y, en el caso de Santiago, esa riqueza inocente de nuestro Dios, que le permite hablar de la justicia, solidaridad y verdad sin medias palabras. Sin sonrojo ni matices; sin convencionalismos ni acomodos. La verdad de Dios, siempre poética, cae en la vida de Agrelo y en sus palabras como es, como suena y como quema.

Quien se acerca a él se enciende. No quedas indiferente. Te cuestiona, motiva y sitúa. Tiene ese «no se qué» para el que no encuentras palabras. Probablemente lo que él vive no se lo pueda pedir a otros y no lo hace. Pero sabe bien que lo suyo es ser referente, guía, palabra y voz, de tantos que hemos dejado sin ella.

Estoy seguro que en este día de cumpleaños no quiere ni necesita regalos. Hace muchos años que aprendió a vivir agradecido. Seguramente ya de niño en su Galicia, nunca olvidada, aprendió a valorar lo poco, lo pequeño e insignificante y abrir los ojos de sorpresa y gratitud. Hoy –y no me equivoco– habrá iniciado el día, como todos los días bien temprano, hablándole al Padre de paz, de comunión y de fronteras. Hoy le habrá agradecido el don de la vida, de la fraternidad y el compartir; hoy habrá reconocido a Jesús en su fuego que lleva sin perder la llama 72 años y habrá concluido, también como siempre, «hasta que tú quieras, hasta que tú puedas».

Hoy Santiago Agrelo no espera regalos, quizá baste con que tú y yo nos encendamos un poquito más de Reino. Quizá con que rompamos alguna valla que está elevada en nuestra frontera del corazón, él y nuestro Padre Dios nos dirán, sin decirlo, «es más que suficiente».

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