“Volé tan alto, tan alto, que le di a la caza alcance”
Carmen Herrero
Solamente arriesgándose a volar se puede descubrir las alturas y su belleza, el encanto que te lleva vencer la mediocridad, la superficialidad y la rutina del muelle
Cuando escribo estas líneas me encuentro junto al mar, en la puerta de la ermita de San Roque, Garachico, Tenerife, lugar bonito y tranquilo. Hace un día maravilloso, esplendido, y no me he resistido a la “tentación” de dejar mi trabajo, para concederme el gran regalo de estar cerca, mirar, contemplar y admirar la belleza y grandeza de la alta marea, ¡algo asombroso! Me entusiasma contemplar esos cambios que, a lo largo del día, se pueden realizar en el mar.
Desde niña tuve miedo al mar, su grandeza y majestad me daban pánico, temor; pues para mí el mar era algo tan grandioso como misterioso e inaccesible. Ante su inmensidad me sentía tan pequeña e impotente, que me refugiaba en el miedo y el temor. Desde siempre he preferido la montaña, pues la montaña es más accesible para mí; me da más seguridad y confianza al poder pisar tierra firme. Tal vez esto se deba al entorno en el que nací y crecí, terreno montañoso.
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