Ten compasión de mí

0
1222

En la Parábola del Fariseo y Publicano (Lc. 18, 9-14), Dios mira al fondo de nuestro corazón, más allá de nuestros prejuicios y encasillamientos. No se fía de las palabras huecas, sino de los corazones sinceros, que realmente se sienten agradecidos y humildes.

 FARISEOPUBLICANO
PosturaDe pieAtrás, sin levantar los ojos
“Etiqueta”JustoPecador
¿Cómo se siente?Se siente seguroSe siente vulnerable
RelaciónRelación Contractual (Yo te doy si tú me das)Relación Misericordia y Amor (Todo es gracia de Dios)
Con los demásJuzga y se comparaNo juzga y se da golpes en el pecho
Referencia a DiosNo necesita a Dios, solo la LeyPide ayuda a Dios
OraciónOración muy elaborada pero vacía. Solo habla de élOración breve de petición
En resumenSoberbioHumilde

 

Dios nos dice: “No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores” (Lc. 5, 32). Los niños (Mt 18, 3), las prostitutas, los publicanos,… os precederán en el Reino de los Cielos (Mt 21, 31).

Las lecturas de hoy acentúan esta dinámica:

“EL Señor… no cuenta el prestigio de las personas… sino que escucha la oración del oprimido. La oración del humilde atraviesa las nubes.” (Ec. 35)

“El afligido invocó al Señor, y él lo escuchó” (Salmo 33)

“¡Oh Dios!, ten compasión de mí, que soy pecador” (Lc. 18, 13)

Alguna persona reflexionará: «Muy bien, pero si esto es así, ¿para qué me estoy matando yo en cumplir las leyes y mandamientos? ¿Qué nos quiere decir Dios con esta parábola?»

Esto parece el mundo al revés. ¿No se nos dice en la sociedad actual que hay que valerse por uno mismo, sin depender de los demás, construirte tu propio futuro? ¿Qué con trabajo duro todo se puede conseguir? ¿Qué mensaje nos presenta Lucas con esta parábola? ¿Será verdad que, al final, lo más decisivo no soy yo o lo que yo haga, sino la misericordia y el Amor de Dios?

Las parábolas ponen ejemplos que nos ayudan a comprender mejor el amor de Dios, pero pueden leerse de diversas maneras. Una persona puede ver la tabla de arriba con la distinción de fariseo y publicano, puede leer los textos propuestos para hoy y concluir, que el mundo está dividido entre fariseos y publicanos.

Esta lectura puede aportar mucha luz y cierta claridad, pero no es una lectura real. A lo largo de nuestra vida, todos pasamos por fases donde nos comportamos como fariseos, y en otros momentos como publicanos, y me atrevería a decir que en otros momentos dejando trasparentar el amor de Dios. Tomando en paralelo la Parábola del Hijo Pródigo (Lc. 15, 11-32), todos somos en ocasiones como el hijo menor, en otros momentos como el hijo mayor y en otros, como el Padre Bueno.

Y me atrevería a decir más aún más; todos tenemos algunas facetas o ámbitos de nuestra vida donde actuamos como fariseos y soberbios, en otros como publicanos, y en otros como un padre o madre misericordioso. Todos sabemos que quedan ciertas partes de nuestra vida que necesitan ser evangelizadas.

Entonces, ¿De verdad lo más decisivo no soy yo, sino la misericordia y el Amor de Dios?

La parábola del fariseo y el publicano nos recuerda la Buena Noticia del Evangelio, en la que la iniciativa es de Dios, y en la que su amor y misericordia son el centro. La persona agradecida sabe que la vida es un regalo que no se lo ha ganado, porque cuando nos creemos que todo es mío, mío y muy mío, nos convertimos en personas soberbias y acabamos dando la espalda a Dios y a los demás.

“Amamos, porque Él nos amó primero” (1 Juan 4:19) Nuestra vida es el reflejo agradecido de ese amor que nos desborda, que lo recibimos como un regalo, no porque seamos buenos, sino porque Dios es bueno. Una persona humilde reconoce que todo es gracia, que todo es don. Su Amor transforma nuestro corazón, si le abrimos nuestra puerta y nos convierte en personas amadas y capaces de amar a los demás.

 

Domingo 30º del Tiempo Ordinario - Ciclo C - Lucas (18,9-14)