Puede que no lo digamos a nadie, que no nos atrevamos a decirlo siquiera a nosotros mismos, pero en lo hondo de nuestra conciencia asoma una y otra vez la pregunta sobre Jesús: ¿Quién eres? ¿De quién eres? ¿Eres un iluso? ¿Estás en tus cabales? ¿Eres un poseído por el espíritu del mal?
Una sombra estremece de frío las entrañas: Los pobres necesitamos que Jesús sea Jesús, Dios salvador, la descendencia que hiere en la cabeza a la serpiente del mal.
El mal se nos ha hecho tan cercano como el hambre, la desnudez, la soledad y la muerte de los desposeídos de la tierra, tan de casa como la frivolidad, la indiferencia, la arrogancia, la prepotencia, la violencia de los poderosos.
Hoy, con los pobres y con Jesús, en la Iglesia hacemos nuestras las palabras del Salmista: “Desde lo hondo a ti grito, Señor… Espero en el Señor, espero en su palabra… mi alma aguarda al Señor más que el centinela la aurora”.
Hoy, en los pobres y en Jesús, en el cuerpo de Cristo que es la Iglesia, el linaje de la mujer se enfrenta al mundo de la serpiente: a la mentira, a la injusticia, a la violencia, a la opresión y a la muerte.
Para esa lucha necesitamos la certeza de la esperanza.
Necesitamos, Cristo Jesús, escuchar tu palabra y creer en ti: “Satanás está perdido”; “ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí”.
Ya sabemos quién eres: Eres el anti mal, eres la descendencia que hiere en la cabeza a la serpiente antigua que desde siempre parecía dominar el destino del hombre.
Eres Dios contra la enfermedad, la marginación, el espíritu inmundo, la muerte.
En ti, Jesús, Dios se revela como Dios de los pobres, Dios para los pobres, Dios levantado en alto entre los pobres.
Llévanos, Señor, a la comunión contigo: Llévanos contigo a la condición de hijos de Dios y enséñanos a cumplir la voluntad del Padre.
Llévame pobre por el camino de los pobres, levantado contigo entre los pobres, ungido por tu Espíritu para evangelizar a los pobres, enviado contigo a realizar en el mundo el reino de Dios y hacer retroceder el reino del mal.
Oigo el grito de victoria de los pobres: ¡Boza! ¡Boza! ¡Boza!
“Creemos y por eso hablamos”; creemos y por eso luchamos; creemos y, con Cristo Jesús, también nosotros decimos: «Satanás está perdido».