viernes, 26 abril, 2024

QUE NO SE APAGUE EL FUEGO DE LA MISIÓN. RENOVAR LOS CAMINOS DE LA IGLESIA EN LA AMAZONIA

Este pasado mes de octubre será recordado en ámbitos de Iglesia por la reflexión emprendida en torno a la Amazonia. En la presentación del Sínodo, el cardenal Cláudio Hummes, ofm, sintetizaba con claridad la pretensión del mismo: «Se trata de la misión de la Iglesia en la Amazonia: evangelizar, es decir, anunciar a Jesucristo y su Reino y, por consiguiente, cuidar de la «casa común». En el fondo, se trata de cuidar y defender la vida, tanto de todos los seres humanos, especialmente de los pueblos indígenas que viven allí, como de la biodiversidad». Los editoriales de no pocos diarios, más oficiosos que oficiales, han llenado las tertulias de propios y extraños con una inquietante pregunta: ¿Hacia dónde camina la Iglesia? El día 7 de octubre, en el Aula Sinodal, el papa Francisco, adelantándose a la tentación de nuestro tiempo, informar antes de vivir, comunicó que: «Sínodo es caminar juntos bajo la inspiración y la guía del Espíritu Santo. Pero, un proceso como el de un sínodo se puede arruinar un poco si yo al salir de la sala digo lo que pienso, digo la mía, y entonces se da esa característica que se vió en algunos sínodos: del sínodo de adentro y del sínodo de afuera. El sínodo de adentro que sigue un camino de Madre Iglesia, de cuidado de los procesos y el sínodo de afuera que, por una información dada con ligereza, dada con imprudencia, mueve a los informadores de oficio a equivocaciones».

Lo cierto es que una reflexión sobre un espacio como es la Panamazonia, ha removido no solo el pensamiento y las ideologías, sino la conciencia de misión que es inherente al sentirnos Iglesia y, dentro de ella, a la misión que las diferentes formas de seguimiento de Jesús, asumimos. Necesita la Iglesia de nuestro tiempo una reflexión que conmueva el testimonio sobre el cuidado de la casa común, la ministerialidad de la mujer, la complementariedad en la construcción de la comunidad y la necesaria aceptación de la idiosincrasia de cada lugar como expresión de la pertenencia plural. Aspectos todos ellos movidos y removidos en nuestro tiempo, aunque con la sensación de haberse reducido a comentarios «de café» más que a líneas fuerza de la fidelidad que exige el Espíritu. En la Revista Vida Religiosa sentimos la necesidad de hacernos presentes en las comunidades que viven y sirven en la Amazonia y, a la vez, recoger aquellas intuiciones y esperanzas que la Asamblea Sinodal ha conseguido despertar. Además hemos querido hacerlo con testigos presenciales que nos revelen, desde su consagración y feminidad, desde su madurez y responsabilidad, que el Sínodo Panamazónico y sus consecuencias, responde, ni más ni menos, a la inspiración y responsabilidad que la vida consagrada tiene desde su identidad.

Una oportunidad para dejarnos sorprender por lo inédito

Bárbara Pataro Bucker, Mercedaria de la Caridad, Brasil

Hay una convicción inicial, sin la cual todo puede parecer una acumulación de palabras sobre el tema del Sínodo para la Amazonia que es de suma importancia para la vida en abundancia –prometida por Jesucristo (cf. Jn 10,10) a todos–  y es la búsqueda de concientización, la salvaguarda de los ecos sistemas como garantía de vida en todas sus variantes, por supuesto, también humana: “Solo se puede amar lo que se conoce”.

De ahí, la importancia de esta invitación que hace el papa Francisco al reunir representantes de este inmenso horizonte de las riquezas del Creador para: conocer, amar, respetar, convivir en el Sínodo y así facilitar el diálogo, buscar comprender, compartir vivencias y tradiciones, también realidades históricas en el aprendizaje de buscar el compromiso en el ‘cuidado de la casa común’ (Laudato Sí’).

El deseo de aprender exige dejarse maravillar y sorprender por lo inédito, pero también silencio para oír con atención, intercambiar convicciones y vivencias desde la perspectiva del otro y poder acoger aquello que se desvela desde la profundidad de lo genuino de cada ser, en las innumerables manifestaciones de vida. Es ejercitarse en el discipulado con la ‘Pedagogía del Espíritu de Dios’, en clima sinodal haciendo camino juntos, acogiendo cada una de las presencias y representaciones. Es vivir juntos para descubrirnos y no proceder por habladurías.

Hago mías las palabras del Apóstol cuando afirma que “la esperanza no decepciona” para confirmar lo que espero de este Sínodo en estas rápidas consideraciones.

Así, estoy convencida y lo expreso en forma de convicción esperanzada:

Que el dinamismo de vida en asamblea pueda ser lo que caracterice las búsquedas de nuevos caminos para una nueva evangelización.

Que busquemos acuerdos para integrar los cambios necesarios considerando la realidad actual, tanto para la Región Panamazónica como para toda la Iglesia Católica.

Que por la importancia que tiene esta región para todo el planeta, tanto en los aspectos culturales como en los aspectos ambientales, seamos cristianos coherentes con la petición de Jesús de llevar a todos la alegría de ser hijos y hermanos.

Que no haya reservas en colaborar, implicarse en el apoyo de esta acción del Espíritu de Dios para el desarrollo y trascendencia de este evento, confiando en la riqueza y profundidad de los debates y sus consecuencias pastorales en el documento final que saldrá como Exhortación Apostólica.

Que nos ejercitemos en la paciencia activa y misericordiosa con grupos recalcitrantes que siembran malentendidos y desconfianzas sobre la acción de Dios y se oponen, dejando de aprender y acoger la riqueza de la sabiduría de los pueblos originarios, rompiendo escandalosamente con la comunión de nuestra fe en el sucesor de Pedro.

Hay una antigua afirmación de San Agustín que dice: “Nosotros solo podemos amar lo que existe. Tú Señor porque amas, haces existir”. Explotar de modo egoísta, desconsiderar los valores y despreciar las diferencias sin buscar conocer, es perder la oportunidad de enriquecerse quedando ‘pobre’ del otro en una ignorancia de existencia autosuficiente y egoísta, carente de la belleza amplia de cada ser.

La adhesión a lo que nos pueda exigir el Sínodo de la Amazonia significa que aceptemos ser como nuevo pueblo de Dios, lo que profetizó Isaías para el antiguo pueblo de Israel y que es también vocación de la Iglesia “ser luz de las naciones”

(Isaías 42,6) en la ‘itinerancia’, o como dice el papa Francisco  vivir el bautismo como “Iglesia en salida” y así  abrir los ojos a los ciegos y  sacar de las cárceles a los que están aprisionados por ideologías contrarias a la unidad y misión del ser Iglesia.

 

Romper esquemas eclesiales obsoletos y valorar la acción misionera femenina como don de Dios

Josefina Castillo,Esclava del Sgdo. Corazón de Jesús, Colombia

¿Qué espero de este Sínodo? ¿Qué espero yo, que vivo en Colombia, un país que forma parte de la Pan-amazonia, a miles de kilómetros de Roma donde se está celebrando este encuentro?

Espero que cada día la Iglesia se vaya pareciendo más a la comunidad de fe que soñó Jesús. Una Iglesia cercana para poder escuchar el dolor del pueblo, que se deja conmover y acude a sanar sus heridas. Una Iglesia que logre “ver la realidad de la Amazonia con ojos y corazón cristiano”. Con los ojos de Jesús. No espero grandes cambios estructurales, porque existen profundas resistencias dentro de la misma Iglesia.

Y para quienes lo seguimos en la vida consagrada, iluminados por el Sínodo, ojalá que nos dejemos tocar por el dolor de los hermanos y podamos salir a su encuentro, como el samaritano, si esto no nos es posible, entonces podemos acudir a la oración permanente, a la entrega silenciosa de los trabajos ocultos, a compartir la Palabra con quien nos encontremos, para vivir la comunión que nace de nuestra Eucaristía diaria.

Espero que este Sínodo sea un punto de apoyo al papa Francisco en su misión de llevar a la Iglesia a estar atenta a las voces del Espíritu, orante, incluyente, sinodal, discerniente,  liberado, humano, humilde y misericordioso.

Ruego al Señor que ilumine y transforme a los que se oponen a las directrices del Papa, incluso declarándolo como traidor a las enseñanzas de Jesús, cuando curiosamente esa voz es recibida con admiración y respeto por muchos no ca- tólicos, declarados ateos. Es un momento crítico para la Iglesia, pero tengo la esperanza de que la voz de nuestro Pastor, con su “pru- dencia audaz” sea escuchada por todos los que nos confesamos católicos. En un mundo roto por el pecado, el Sínodo para la región Panamazónica no será una “voz que clama en el desierto” sino una llama que enciende otras llamas.

La Amazonia es ese regalo de Dios a la humanidad, no sólo para ser “pulmón del mundo”, sino por los pueblos que la habitan hace siglos, más humanos que nuestro mundo “civilizado”, tan indiferente y egoísta. Ellos nos enseñan cómo cuidar a la madre tierra, que nos sostiene y alimenta, cómo respetar, alabar y adorar al Creador de la misma, cómo convivir con las otras culturas, cómo dejarse sorprender por la belleza de la naturaleza. Y lo más admirable, cómo integrar todo esto en la vida que ellos conocen.

Pero también son pueblos frágiles, manipulables, indefensos ante la codicia desmedida de quienes buscan arrebatarles sus riquezas por medio de «megaproyectos», empresas vinculadas a la minería ilegal, según el modelo extractivista que mata la naturaleza, el narcotráfico; donde las víctimas principales son las mujeres y los jóvenes. Son carne de cañón que la guerrilla y los «politiqueros» atrapan, con la promesa de sacarlos de la pobreza.

Estos pueblos piden a los padres sinodales que “avancen hacia aguas más profundas y lancen sus redes para pescar”. Que respondan a la realidad de hoy y de sus culturas.

Yo sueño con que aquellas naciones que solo ven la Amazonia como botín económico que mejora su capacidad de poder político, despierten a la solidaridad con estas culturas ancestrales y cambien la mirada ambiciosa de lo ajeno en una actitud de ayuda, no solo económica, sino humanitaria, en salud, educación y defensa de sus derechos.

Espero ilusionada que la oportunidad que tienen los participantes de estas culturas en el Sínodo, de expresar sus angustias y esperanzas, sean esa voz del Espíritu que nos despierte a todos a cuidar y respetar la vida en todos sus aspectos: en las personas, el aire, el agua, la tierra, los animales, las aves, los peces, las fieras… en toda la creación. Que nos ayude a cambiar nuestra mirada egoísta en una mirada sacramental, presencia de Dios, que hace sagrada la materia. Espero que el Sínodo nos empuje a caminar hacia esa ecología integral.

El Sínodo para la región Panamazónica es una oportunidad para reconocer la valentía de tantas misioneras religiosas que entregan día a día la vida anunciando la Buena Nueva a los hermanos, desde abajo, como madres, como hermanas, como enfermeras, incluso como sacerdotes. Ellas son ese fuego que enciende otros fuegos.

Hay algo que me sorprende enormemente y es conocer la sencillez y humildad que viven las misioneras y misioneros en los territorios panamazónicos. Sin protagonismo, sin reconocimientos ni aplausos entregan gota a gota su vida, humildemente, para testimoniar el Reino. Viven en pobres viviendas y comen a la manera de los indígenas, a veces carne de culebra y de otros animales de la selva. Navegan en pequeñas canoas durante horas por ríos turbulentos, donde tienen que bajarse y cargar con la lancha cuando tropiezan con enormes cascadas.

Yo espero que este testimonio sea para toda la Iglesia una llamada a perder el miedo a los cambios, a romper esquemas eclesiales obsoletos, a valorar  la acción misionera femenina como un don de Dios y que los varones no consideren esta labor de la mujer como amenaza a su ministerio. Que el decir que somos incluyentes no se quede en conceptos, sino que reconozcan y aprecien el rol de las mujeres en la Iglesia.

Solo viviendo en las inmensidades de América Latina, llanuras sin fin, montañas con figuras que parecen sacadas de la fantasía de Dios, ríos turbulentos o serenos llenos de magia y colorido, es posible comprender la Amazonia. Yo espero que este Sínodo logre  hacernos entender que somos los guardianes de tanta maravilla y no por reservar sus riquezas, sino porque allí se está gestando vida y, vida para toda la humanidad. Es nuestra casa común.

Espero que la experiencia de los pueblos amazónicos, que viven con lo absolutamente necesario, sea también una llamada a toda la Iglesia, y al mundo, a reconocer que el consumismo no es la fuente de la alegría y de la felicidad. Alguno decía que se es rico no por tener todo lo que se desea, sino por no desear más de lo que se tiene. Jesús puso la felicidad en dar, no en tener. Lo cual no quiere decir que  estos pueblos tienen lo suficiente para vivir. Es urgente ayudarlos a superar tanta carencia en educación, salud, alimentación, vivienda y logren alcanzar el “buen vivir”, que es el significado que estos pueblos dan al “Amazonas”; vivir en armonía consigo mismo, con la naturaleza, con los demás y con el ser supremo. Buen vivir, reconocer que todo y todos estamos conectados, somos tierra, somos agua, somos sol, somos luz, todos somos uno.

Sueño con que el Sínodo nos despierte a la exigencia de vivir la humildad evangélica. La humildad de María. La humildad de Jesús. Solo desde la humildad podemos respetar e incluso admirar lo diferente. Desde la humildad reconocer las limitaciones y dones de cada cultura.

Digo esto, porque cuando se vive en la comodidad de las grandes ciudades, donde casi todo lo que necesitas te lo traen a casa acudiendo a Internet, donde tu mirada tropieza con el cemento, donde desconoces al vecino, donde ya no hay niños sino mascotas, donde la comunicación con los miembros de la misma casa es por WhatsApp, resulta difícil comprender otra cultura, que incluso definimos como subdesarrollada, donde se vive del trabajo de las propias manos, donde la mirada abarca toda clase de verdes, de colores, de arco iris. Donde la risa de los cientos de niños llenan los espacios, donde la familia se reúne sagradamente para comer, para descansar, para compartir. Y queremos que ellos se desarrollen asumiendo nuestra cultura, cuando somos nosotros los que tendríamos que aprender muchas cosas de su estilo de vida.

Y quiero terminar con mi mayor deseo: que el Sínodo de la Amazonia nos ilumine para ser una Iglesia misericordiosa. Es verdad que todos los papas insisten en lo mismo, pero necesitamos más. Empezando por algunos párrocos que en pleno siglo XXI tratan a sus feligreses como empleados, a la mujer como mano de obra barata y la misión como una labor personal.

Igual pasa en otros estamentos eclesiales. Son rezagos de una Iglesia de estilo patriarcal, que poco a poco se van superando.

La Iglesia es el pueblo que vive la fe en Jesús. El clero, los servidores que animan y orientan a su pueblo. Esa Iglesia Madre, servidora, que escucha y testimonia el amor misericordioso de Jesús es la que estamos esperando. No una Iglesia que visita, sino una Iglesia que acompaña. Siento que el Sínodo de la Panamazonia puede ser la respuesta adecuada al grito de la tierra, al grito de los pobres, al grito del Evangelio.

El Sínodo puede ayudarnos a integrar otro ritmo porque vivir deprisa solo es sobrevivir

Gloria Luz Patiño, Salesiana, Perú

Este Sínodo Panamazónico lo considero un Kairós en la vida de la humanidad. Mi apreciación la expreso desde la realidad en la cual vivo: el Perú. La Amazonia representa el 62% del territorio peruano y el 13,05% del total de la Amazonia, esto nos hace el segundo territorio nacional amazónico más grande, después de Brasil. La cantidad de población en su región es, aproximadamente, 3,6 millones de personas, de las cuales, 333,000 son indígenas amazónicos repartidos en 60 grupos étnicos y 17 familias lingüísticas. No obstante estos datos, podemos afirmar que los indígenas amazónicos no son «bien conocidos» o digamos, no son representados en su complejidad por los que los ven desde afuera.

El papa Francisco, cuando llegó al Perú quiso iniciar su visita pastoral desde Puerto Mandonado, lugar de la Amazonia, donde se tiene la herida más grave en materia ambiental. Es allí donde dio inicio también al proceso preparatorio del Sínodo Panamazónico. Gesto desafiante y visible con el que el papa Francisco pone a la Amazonia ante los ojos del mundo. Por lo tanto, espero que este Sínodo dé visibilidad a una realidad casi invisible y porque no decir invisibilizada. Esta visibilidad de la realidad amazónica puede generar muchos desenlaces para nuestras vidas y, sobre todo, para la vida consagrada.

Todos estamos de acuerdo en que nos encontramos en un cambio de época. Algunos estudiosos dicen que vivimos en la vertiginosa época de los 140 caracteres del twitter, de los argumentos expuestos en 59 segundos, de las fotos subidas a las redes sociales casi antes de ser tomadas. La actualidad se presenta tan fugaz que parece que siempre nos faltara tiempo. Nos hemos convertido en traficantes de experiencias a granel. Eso imprime en nosotros un ritmo frenético que nos vacía, consume y degrada. En este ritmo de vida aquello que más se fragmenta es la capacidad de establecer vínculos y relaciones. Vivir deprisa no es vivir, es sobrevivir.

Esta aceleración también afecta a la vida consagrada. Muchas veces se escucha decir: “no tengo tiempo”, “estoy estresada”, “me he agotado mucho”… vivimos en un ritmo que no nos permite darnos cuenta que el tiempo pasa y quizás demasiado rápido. Muchas veces no nos permitimos “parar” para ver ¿cómo estamos? ¿qué estamos haciendo? ¿hacia dónde queremos ir?

Nos comenta Ángeles Vizcaíno, militante ecologista: «Nos han enseñado que hay que vivir deprisa y es exactamente al contrario, hay que vivir, y para vivir se necesita dedicación a las cosas. ¿O es que se puede amar en cinco minutos?». Al respecto, podemos aprender una nueva forma de vivir de la cosmovisión amazónica que nos permita humanizarnos.

Mirar la realidad amazónica como vida consagrada nos abre nuevos escenarios de frontera, nuevas voces donde Dios clama y nos llama. ¿Cómo no sumar para la defensa del gran pulmón del planeta? ¿Cómo no ser voz de los que no tienen voz? Visibilizar las situaciones de la minería ilegal, la deforestación, la trata de personas, entre otros. ¿Cómo no solidarizarnos con el cuidado de nuestra “Casa común”?

Hacer visible la realidad de la Amazonia es abrirnos a lo diferente en nuestra vida. Una geografía totalmente diferente, una cultura diferente, una cosmovisión o «cosmosensación» diferente.

Uno de los principios que integra la cosmovisión de varias culturas amazónicas es el “Buen vivir”. Se trata de vivir en armonía consigo mismo, con la naturaleza, con los seres humanos y con el ser supremo. Con esta visión podemos hablar de una interrelación cósmica en donde no hay nadie que excluya ni sea excluido, nadie que domine y sea dominado, todo está interconectado. Son poblaciones que en su cosmovisión, en sus estructuras, en su espiritualidad están interrelacionadas. Según su filosofía, por ejemplo, ellos “son uno con el bosque, y si matamos el bosque los matamos a ellos”.

La cosmovisión amazónica nos plantea otra forma de entender la vida, que debería ser más tenida en cuenta en la sociedad occidental, que en los tiempos actuales se caracteriza por carecer de conexión consigo misma, más aún, con los otros, con la naturaleza y con Dios. ¿No será que este Sínodo puede ayudar, sobre todo a la vida consagrada, a recuperar tiempos y espacios para la oración, la fraternidad, el descanso, lo lúdico, para acoger con paz la voz de Dios en lo cotidiano?

Espero que toda la reflexión del Sínodo y lo que implica para la Iglesia y para el mundo pueda ser también un Kairós en nuestras vidas; que nos sirva un poquito para tomar conciencia de la realidad de los más pobres, de los más desfavorecidos y del planeta, como una realidad que nos afecta a todos porque todo está interconectado. Auguro no dejar de acoger el paso de Dios a través de este Sínodo, para que aprendiendo de la filosofía de vida de las poblaciones amazónicas, podamos recuperar la lucidez de estar presentes donde vivimos, sentirnos siempre en construcción –no perfectos– y felices, porque sabemos dar razón de la alegría profunda que nos habita.

 

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