Polaridades y desafíos de la evangelización: Una provocación a la vida consagrada hoy

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Silvia Rozas, fi

Coordinadora de Áreas en la Confer

No basta quejarnos de las dificultades. Hay que transformarlas en oportunidades. La vida consagrada se despierta cuando mira más a su misión evangelizadora que a sus problemas internos, cuando se siente interpelada a ir más allá de sí misma

Introducción

Somos malabaristas de la vida y de la Palabra. Porque constantemente nos encontramos caminando de un lado para otro, por toda la geografía interna y externa, dedicándonos a tantos quehaceres aquí y allá que necesitamos urgentemente confiar1 en quien nos sostiene y nos envía, el Señor. Repetimos que nuestra misión como consagrados es la misma misión de Jesús: anunciar el Evangelio. Y sabemos que la Iglesia dejaría de ser la Iglesia de Jesús si no evangelizara2. Lo comprendía bien san Pablo ofreciéndonos la espiritualidad profunda de la evangelización: «El hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio! Si yo lo hiciera por mi propio gusto, eso mismo sería mi paga. Pero, si lo hago a pesar mío, es que me han encargado este oficio. Entonces, ¿cuál es mi paga? Precisamente dar a conocer el Evangelio, anunciándolo de balde» (1Cor 9,16-18). Siente en su interior la necesidad de evangelizar como fruto de la entrega de Cristo por él y por todos, como si le quemara por dentro; no siente orgullo humano porque es algo que ha recibido; es un trabajo duro que ha de vencer su propio gusto; lo hace gratuitamente porque gratuitamente lo ha recibido; su paga, su gozo, es dar a conocer el Evangelio, colaborar con el Señor.

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