Siente uno cierta pereza ante quienes buscan la cuadratura del círculo en este Año de la Vida Consagrada. Es tanto lo que se ha dicho y lo que se dirá que creo justificado el miedo ante un océano verbal. Ya saben que la tentación se llama exceso, y la evasión dedicarnos al «deber ser». Al sueño de otro tiempo y grandezas de otra era.
Queremos empezar el año barriendo. Un verbo humilde y necesario para poder hablar de novedad. Parece fácil, pero no es tanto. Quien no barre bien mueve lo inservible de un sitio a otro, pero no deja nunca el suelo limpio . Así no hay quien encuentre ni la dracma, ni la belleza del mosaico.
Nos parece muy necesario empezar barriendo más que ofreciendo alambicadas ocurrencias. Sigue siendo muy valioso para este periodo dejar de hacer, más que hacer. «Desaprender» hábitos que han ido naciendo entre nosotros hasta lograr quedarse en una suerte de confusión entre la libertad carismática y las cadenas con que la ofrecemos.
Tenemos la sensación de que dejando ciertas actitudes, aparecerá, con vida, un estilo de consagración que tiene mucho que ofrecer. Apuntalar rasgos de atonía con ejercicios, cuestionarios y proyectos nos empieza a cansar. No necesita la vida consagrada un texto bello sobre el milagro de Dios en su vocación, sino decisiones que afirmen la fe en ese milagro. Definitivamente, la cuestión es barrer. A ser posible, juntos y en la misma dirección.
El Papa Francisco sigue en su misión, infatigable, de reformar barriendo. Cree en la belleza de la Iglesia que, bien barrida, puede ser morada habitable para esta humanidad. Nosotros deberíamos reducir expectativas, personales y grupales, para iniciar este trayecto de reforma de manera más prosaica y efectiva… también barriendo.
Me viene a la memoria Juan, que aunque no se llama así, tiene bastante del Bautista. Es un religioso que está saliendo de su «crisis meridiana». Él me sugirió, con su vida, esta parábola de la escoba. En sus frecuentes entrevistas de acompañamiento, me ha ido mostrando cómo su «mala estrella» reside en que tiene ganas de cambiar, fuerza para intentarlo y buenas ideas. Ganas, fuerza e ideas para las que no encuentra mucho eco en los suyos. En los que, en teoría son los más próximos.
Sirviéndome de sus palabras, decía él en estos meses: «he ido barriendo con cuidado, para ver dónde está lo valioso, dónde mi responsabilidad, dónde mi fe y confianza en la comunidad…». El resultado es que Juan está en búsqueda. No ha perdido la confianza en el don, pero sí en la capacidad para disfrutarlo con los suyos…
¿Y si no fuese Juan un caso aislado? Imaginen que la vida religiosa está tan situada en el convencimiento del don y las obras que lo acompañan, que no cae en la cuenta que éstas no son nada sino tienen capacidad para ser celebradas y ofrecidas desde la comunión. ¿Y si el problema no fuese, ni de cómo, ni el qué… sino con quién? Sería doloroso descubrir que los lazos que te vinculan a tu comunidad o congregación ni son tan reales, ni tan fuertes, ni tan vivos.
Reconozco que al escribir estas líneas y recordar a unos cuantos «juanes» que pasan por la vida, me parece imprescindible iniciar el año dispuesto a un ejercicio de escoba.
Primero personalmente, barriendo bien todos los rincones para que nada despiste la sencillez necesaria, porque sobra mucho… Pero también, animando una buena limpieza institucional, barriendo burocracia no evangélica, rebuscando bien, no sea que, confundidos, creamos que la razón fundamental para celebrar este Año de la Vida Consagrada consista en dar publicidad a las estructuras, las obras apostólicas y sus despachos y no al cuidado de las personas.
Un buen guión para celebrar el ser consagrados nos lo dejó hace mucho el Maestro cuando nos decía aquello de la oveja perdida… Si queremos que sea el primer año de otros muchos buenos, sospecho que tenemos que dejar de mirar para los mismos o mismas de siempre y luchar por los que parecen perdidos. Porque solo lo parecen. Y volviendo a las parábolas de vida, en ellos y ellas, los que llevan años construyendo y creyendo desde el silencio, puede estar la perla escondida, la que la vida religiosa tiene que encontrar para tener mañana.