No son pocos (y pocas) los que se aventuran a ofrecer soluciones. Estrategas que van formulando sus visiones de cómo salir de una crisis que, por momentos, se hace más palpable y en algunas comunidades y congregaciones, angustiosa. Personalmente creo que quienes a esto se aventuran, ellos mismos saben que lo que proponen no tiene más recorrido que el de la ocurrencia, o más duración que una fruta de temporada.
Desde mi punto de vista, la vida consagrada está en el momento perfecto para posibilitar que fluya la Gracia. Por vez primera está «palpando» que no lo puede todo y que su única fuerza es lo que espera. Hasta ahora todos los procesos de reorganización emprendidos han tenido más cara de copia que de original; más de reedición que de innovación. Esto está cambiando sensiblemente. Los modelos del ayer están «colgados en la pared» haciendo historia, no deambulando por la vida. El lienzo está, más o menos sin manchas, esperando unos trazos inspirados, nuevos, del Espíritu.
En espacios tendentes a recrear la híper-fortaleza de la historia, como la vida consagrada, es necesario reconocernos en un lienzo limpio, capaz de reflejar lo que el arte del Espíritu quiera para este presente. Pero siempre con cuidado, inspiración y arte. Nada más triste que obligar al arte a ser de un modo concreto. El arte es libre. Inspirado. Nuevo. Sorprendente. El arte, cuando lo es, no deja a nadie indiferente. Te obliga a pensar, te posiciona y sitúa.
Siempre ha habido y habrá personas que se desconciertan ante la libertad del arte. Hombres y mujeres que solo saben valorar lo que está pactado, tasado, acordado y equilibrado. Seguramente –con poco arte– hemos contribuido a crear esos estilos y personalidades…Seguramente, también, algunos y algunas, ya venían de casa con el arte y el amor medido, y encontraron en la vida consagrada su lugar perfecto para caminar sin problemas, porque entendían y entendieron –por miedo– que esto nuestro era un «camino muy estrecho» de espacios milimétricamente medidos.
Esta realidad plural de la vida consagrada, donde habitan algunos con «vocación» de copistas más que de artistas; donde algunos y algunas permanecen en un sueño para el que no encuentran amanecer, y donde, otros y otras han descubierto la consagración en unas relaciones humanas intensas, horizontales y sencillas. Donde quizá convivan, nostálgicos, transeúntes (consagrados de paso y otros que pasan); anónimos y anónimas, que hace mucho que no expresan su identidad; jóvenes mayores, y mayores jóvenes… Algún trapecista entre lo nuevo y lo viejo, y muchos y muchas que destilan esperanza… Es un pueblo de todos y de todo, y esta es la realidad de los consagrados que siguen hoy al Jesús de la historia, al Cristo de la fe.
Estos son los que se enfrentan a la necesidad de plasmar, con arte, cómo es y cómo significa la vida consagrada de nuestro tiempo. Son un grupo «poliédrico», sensible y en tensión… Al ponerse ante el lienzo, a penas toman los pinceles, no saben exactamente qué es más urgente, si dibujar lo que quieren mostrar para que otros vivan, o lo que necesitan vivir, para proclamar que están vivos. Por eso es necesario dejar que la Gracia fluya. ¡Que llegue la inspiración¡ Es un cuadro, el que se ha de pintar, que necesariamente ha de tener grabado a fuego qué vive nuestro mundo para que la obra responda a la realidad; pero ha de ser también un lienzo plural, abierto, con colores suaves y muchos, para que refleje bien el estilo de los artistas. Y es que los consagrados de nuestro tiempo son hombres y mujeres que al «pintar» su felicidad, están ofreciendo al mundo el sueño más original de un Dios que siempre creyó en el arte de la humanidad. Siempre creyó en sus hijos que, en cada corazón y búsqueda, destilan alma de artista. Y los consagrados, no son otros que aquellos que descubren que en cada persona hay arte, semilla, germen del amor inconfundible de Dios. Por eso, dejan que la Gracia fluya… no la fuerzan. La contemplan y con su estilo de vida la ofrecen. Eso sí, con arte.