NÚMERO DE VR, JULIO/SEPTIEMBRE 2022

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La vida consagrada no es noticia

Vivimos tiempos prorrogados de espectáculo. Todavía hay quien necesita un micrófono y unos focos para dar testimonio de fe. Si falta el escenario como que se diluye la motivación, la fuerza o la verdad, que todo puede ser. Seguimos en tiempos que fabrican estrellas, porque el sensacionalismo vende y entretiene. Pero la vida consagrada es otra cosa y en cuanto ahondas un poco lo percibes. Para ello, hay que detenerse, escuchar, pararse y pensar. Cuatro verbos de apariencia sencilla pero terriblemente complejos en nuestro presente. Porque todo es vértigo y prisa.

La esencialidad de los consagrados no suele hacerse presente en los congresos, ni en los foros… Aunque congresos y foros sean muy necesarios para ayudarnos en la reflexión, levantar la mirada y objetivación. Necesitamos dejarnos mirar por la realidad y releer por las ciencias sociales para superar cierto aire «endogámico» que frecuentemente cierra nuestras expectativas y posibilidades. Sin embargo, no somos un cuerpo que se rija por el dictado social, ni por la tendencia imperante ni, por supuesto, por razones comerciales. Somos un cuerpo de mujeres y hombres que, formando parte de esta historia, se proponen nada menos que recrear la Historia (con mayúscula) de Jesús para este tiempo. La totalidad del tiempo y el espacio para significar una gratuidad y libertad no contaminadas.

Y ahí está la clave, en la libertad y la gratuidad. Sin embargo, lejos de necesitar micros o digitales; titulares o entrevistas… paradójicamente, necesita vida oculta. Tiempos prolongados de silencio y frugalidad; de serenidad y ecología. La vida consagrada, para tener luz, necesita lucir poco. Porque en cuanto se expone se descentra.

No somos noticia cuando sabemos estar al lado de las alegrías y las penas de nuestra humanidad de la que formamos parte, somos esperanza. No somos noticia por nuestra visión de una necesaria transformación social, política y económica, somos justicia. No somos noticia por nuestra aceptación de la diferencia, orientación sexual o identidad afectiva, somos firmes defensores de toda persona. No somos noticia por provocar algaradas, guiar manifestaciones o denunciar la explotación, somos «la voz de los sin voz». No somos noticia por planear la paz, protagonizar acuerdos o transformar estados, somos inconformistas con el poder que oprime. No somos noticia porque nos posicionemos con las ideologías enfrentadas, somos el testimonio de que es posible una dialéctica de suma y no de división. No somos noticia por nuestra preparación, prestigio o relevancia social, somos el recuerdo de que los valores del Reino son otra cosa. No somos noticia, no queremos serlo, porque triunfen nuestras ideas, nos salgamos con la nuestra e incluso ganemos adeptos, somos el signo de la libertad evangélica que nunca pierde fuerza. No somos noticia por ser fuertes y hacer cosas de fuertes, somos debilidad enamorada que, a veces, muere y diariamente sabe lo que es el martirio de la entrega en silencio.

Efectivamente, no somos noticia y no debemos serlo. El brillo de los consagrados está en el cultivo diario y mimado de los valores que no caducan, en la confianza en la persona, en la seguridad insegura de que Dios cuida la casa y «lo da a sus amigos mientras duermen». Somos el reducto enamorado que, por amor, entendemos el sentido de la vida gastándonos por todos; los que vienen a las puertas, que cada vez tenemos menos miedo a abrirlas, y quienes nos encontramos en las calles que dejan de ser números, para encontrar, muchas veces por vez primera quien los llame por su nombre y con cariño, haciéndolos persona. Somos peregrinos, caminantes, ágiles, viajeros… Tenemos mucha edad y vamos entendiendo la misión como el acompañamiento de quien no protagoniza, pero siempre está. Somos ingenuos porque seguimos creyendo las palabras… El engaño no nos hace escépticos y volvemos a confiar. Reiteramos, una y otra vez, «no estás lejos del Reino» y así, ensanchamos tienda, abrimos la Iglesia, servimos a la misión. No somos noticia, no debemos serlo. Pero tenemos claro que el Reino no está parado, ni la consagración muerta… basta recorrer como cada día infinidad de hombres y mujeres comienzan la jornada juntos (y nuevos) diciendo, ábreme los labios… A mí, me ayuda no ser noticia.