Santiago Agrelo: “ Si no hay futuro para los pobres en la Iglesia, tampoco lo habrá para una Iglesia sin pobres”
Aunque no significa que deje su misión, lo cierto es que el próximo mes de junio, usted presentará su renuncia al Papa por cumplir los 75 años. ¿Cómo afronta este episodio en su vida?
Dios se ha ocupado siempre de mí, y Él no cumple años, no presenta renuncias, ni deja de ser madre, y yo me voy haciendo cada vez más pequeño, más necesitado y más confiado.
Si vine a Tánger sin temor y con paz en el corazón, sin temor y en paz vuelvo con mis hermanos a la Provincia Franciscana de Santiago, y me ilusiona pensar que, con ellos, todavía podré continuar trabajando por el reino de Dios.
Otra cosa que ciertamente no va a cambiar cuando vuelva con mis hermanos es que, los pobres están siempre allí a donde vamos, y en ellos siempre sale a nuestro encuentro Cristo Jesús.
Claro que, antes de marcharme, me tocará pedir perdón a los fieles y a los pobres por lo mucho que no he sabido darles en estos años de servicio a la Iglesia de Tánger.
Lleva 10 años como arzobispo de Tánger. ¿Le queda mucho por hacer? ¿Qué le haría recitar con paz a Santiago Agrelo «Ahora puedes dejar a tu siervo irse en paz…»?
Creo que lo hubiese recitado con paz en cualquier momento de mi vida. Y hoy se lo diría de corazón al Señor.
Suyo es el tiempo y el campo. Él sabe cuando ha de decir a su obrero: “Ven”.
Uno sueña un mundo de hermanos, de hijos de Dios, un mundo de hombres y mujeres pacíficos, humildes, sin miedos, sin barreras, sin armas… el mundo de Jesús de Nazaret. Pero ese mundo nunca estará hecho… Nuestra tarea, jamás acabada, será la de poner lo que está en nuestras manos, en nuestra fe, para adelantar su venida… Así que, cuando el Señor me diga: “Ven”, no me quedará nada por hacer… Solo pedir perdón por lo que no haya hecho.
Le ha tocado ser arzobispo en tiempos nuevos, paradigmáticos. Nunca como ahora hemos hablado tanto de ruptura de fronteras y blindajes de sitios seguros. Nos gusta vivir como diría Bauman «separados pero juntos» ¿Qué valoración hace?
De los tiempos se puede decir todo. A mí los de hoy me parecen viejos, tan viejos como el pecado de Adán.
Si la fe no sostuviese la esperanza, los tiempos que vivimos amenazarían con destruirla.
Soñamos una Europa –un mundo– sin barreras, sin fronteras, y nunca ha habido –eso creo yo– una Europa, un mundo, con tanto muro, tanto control, tanto miedo y tanta inseguridad como ahora tenemos.
Muros y controles no sanan el alma, no educan el corazón, no enseñan a vivir, no te hacen más generoso ni más humano. Solo te hacen entrar por los ojos que ha de vivir con miedo y eso hará natural que empieces a odiar.
Tenemos necesidad del evangelio, de asumir la indefensión de los hijos de Dios, de hacer nuestra la vulnerabilidad de los pobres, la confianza de los que tienen a Dios por padre.
Me duele muchísimo ver que, con relación a la violencia y al odio, los cristianos hemos dejado de lado el evangelio para hacer nuestro el viejo dicho: “Si quieres la paz, prepárate para la guerra”.
Todo eso es demasiado viejo.
Desde Tánger se ha convertido en el «despertador» de la conciencia de un cristianismo que se asegura y, si se descuida, se duerme. ¿Le parece que tenemos que arriesgarnos más, como Iglesia, para provocar un cambio social?
Creo que habría que decirlo de otro modo: “Cada mañana, el Señor me espabila el oído para que escuche como los iniciados”.
Es un hecho: todos vivimos escuchando; es humano; es necesario. Pero no siempre nos tomamos el tiempo y el trabajo de discernir a quién escuchamos y qué escuchamos.
Me asusta pensar que en la Iglesia hemos acomodado nuestro mensaje al del mundo, hemos diluido el evangelio en las conveniencias sociales, hemos traicionado a los pobres y nos hemos hecho garantes del sistema de explotación que los empobrece.
No sé si está en nuestras manos provocar un cambio social. Pero sé que es nuestro deber arriesgarnos a ser Iglesia, a ser vulnerables, a ser pobres, a ser pacíficos, a ser de Jesús de Nazaret, a ser humanidad nueva… (Entrevista completa en Vr [mayo 2017], v.123.nº 5).