viernes, 26 abril, 2024

CRECER

(Montserrat del Pozo, Roma). Una de las características peculiares de la persona humana y una de las más significativas es que se trata de un ser en crecimiento, un ser que desde que nace tiene la posibilidad y la exigencia de crecer, un ser en activo que si no avanza, retrocede.

Y porque el ser humano tiene distintas dimensiones, el crecimiento ha de ser armónico en todas ellas. Crecer solo en un aspecto sería de alguna manera dar lugar a un ser extraño, contrahecho. Cuando el evangelio nos dice cómo creció el Modelo referente de todo ser humano nos dice que Jesús crecía en edad, en sabiduría y en gracia (Lc 2,52). Por esto hablar de crecimiento de la persona es referirnos a la necesidad de crecer en estas tres dimensiones. Tarea hermosa de la educación es facilitar  este crecimiento total.

La fuerza está en el interior, la capacidad de crecer radica en la esencia del ser humano, lo que hace falta es pasar a acto esta potencialidad de crecimiento con la exigencia de siempre más y siempre mejor, con las posibilidades  que la vida ofrece y la ayuda de aquellos que nos rodean.

Parece fácil crecer en edad, pero no basta con que pasen las hojas del calendario, crecer en edad supone crecer en la madurez adecuada a cada época de la vida. Y esto no es tan fácil. ¡Que nunca haya adolescentes de 40 años!  Crecer en edad supone actuar, responder y vivir de acuerdo a la edad que se tiene y esto requiere aprendizaje. No es automático pasar de la infancia a la adolescencia, de ésta a la juventud y a la vida adulta, hay que saber ser y actuar de acuerdo a las exigencias de cada etapa, en cada momento de la propia vida.

Pero además hay que crecer en sabiduría. La persona es racionalidad por definición, nace preparada para el aprendizaje, todo ser humano posee un cerebro cuya peculiaridad es que cuanto más se le pone más cabe, por esto necesita crecer en sabiduría, en conocimiento, en la asimilación de las vivencias, experiencias y conceptos adquiridos. Tal vez la capacidad de aprender además de ser la más propia del ser humano, sea la más sorprendente. Educar es ayudar a crecer en la capacidad de saber y sobre todo de saborear y disfrutar de lo aprendido.

Y crecer en gracia, en la dimensión trascendente, crecer en espiritualidad, en la maravilla de saberse creado a imagen y semejanza de Dios. Grandeza que hacía exclamar a san Agustín: “Nos has hecho para Ti y estaremos inquietos hasta descansar en Ti”.

Hay mucho de misterio en el crecimiento, y no cabe duda de que crecer uno mismo y ayudar a crecer a un hijo, a un alumno es una de las labores más fascinantes a la que se puede dedicar la persona.

 

 

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