Juan José Aguirre, Obispo de Bangassou
«La indiferencia nos hace cómplices»
La vida religiosa tiene fuerza en su palabra. Si ésta se fragua entre los débiles adquiere un vigor insospechado y nuevo. Juan José Aguirre, Misionero Comboniano y Obispo de Bangassou nos abre el corazón. De este modo, muestra la vida religiosa haciendo camino en los rincones olvidados de nuestro planeta, donde no suele haber noticias ni novedades. Son los lugares de Dios, donde la vida religiosa siembra, espera, anuncia y, por ello, conmueve. Son, y han sido siempre, los altavoces de la misión profética de los religiosos.
Centroáfrica es el segundo país más pobre del mundo. Grupos como la LRA (Josef Koni), la Seleka, los Antibalaka siembran el país de violencia atroz… ¿Hasta dónde puede sufrir un pueblo? ¿Y un obispo?
Le respondo con un acontecimiento. El 5 de diciembre de 2013 los Antibalaka entraron en la ciudad de Bangui y abrieron la veda para una caza indiscriminada y cruel de musulmanes, culpables e inocentes. Yo tuve que esconderme en un barrio musulmán 12 horas hasta que por la tarde- noche un tanque de los cascos azules me recogió in extremis. Cuando me llevaban a un lugar menos expuesto vi una escena en una calle. Por desgracia no había ningún periodista cerca para poder describir gráficamente lo que estábamos viviendo en Bangui. En una calle del centro vi una mujer en el suelo, acribillada junto a su hijo de 7-8 años, muertos los dos. Me pareció indescriptible ver allí a los dos, muertos desde por la mañana, los dos juntos en el mismo charco de sangre ennegrecida, los dos atravesados por la misma ráfaga de metralleta, los dos la cara achatada junto al bordillo con rigor mortis y la mirada perdida, los dos, finalmente, después de muchas horas muertos, cogidos aún de la mano.
Pienso que el pueblo centroafricano aguantará tanta violencia mientras tenga esperanza. Esa misma tarde pregunté al Señor: ¿Estabas allí tu también? Supe al instante que así era. Que cada pasión humana, sobre todo injusta, el Señor la acompaña. En todo calvario, sobre todo en donde inocentes están implicados, Dios se queda a su lado horrorizado por deber presenciar una tal salvajada, como diciendo: “¡No creé al hombre para que llegue a hacer esto con su prójimo!”. Si en algo el hombre sale robustecido en toda historia de violencia humana es por la “teología de la encarnación”, porque nos podemos preguntar en cada ocasión: ¿Quién es ese Dios que se dejó manipular en las manos del hombre hasta la muerte?, ¿Quién es ese Dios que comparte la condición humana hasta en la injusticia más flagrante, que hace del sufrimiento nuestro el suyo propio, que llega hasta el límite del suplicio, el bochorno y la horrible violencia de la cruz?
Un tanque lo sacó de allí… ¿cómo va su salud?
Acabo de volver a Centroáfrica con tres infartos en la mochila (en tres años) y nueve steims en el corazón. Además de malaria crónica, amebas en el hígado, cálculos renales, ciática continua y otros achaques más, me digo siempre a mi mismo que en todas esas flaquezas, allí está Él. Estaré aquí con los pobres de esta tierra hasta que el cuerpo aguante y Dios lo quiera. Después de haberla visto de cerca, ya miro a la muerte, no como una abstracción, sino como algo cercano, como unas vacaciones que tienen que llegar tarde o temprano, como “la hermana muerte” de la que hablaba Francisco de Asís. Mientras estoy aquí, me gusta mucho releer unos versículos de Isaías, en el capítulo 43 donde el Señor promete: “Aunque pases por las aguas torrenciales, yo estoy contigo, por la llamas, no te quemarás, por los ríos, no te engullirán…” (v. 2-3). Intento tomarme en serio esta Palabra que me da vida y confianza. Pongo mi salud en Sus manos sabiendo que Él siempre “proveerá” en fuerzas y en salud hasta que Él mismo quiera; que Él “me cubrirá con sus alas” y “hará que mi pie no tropiece en la piedra” (Sal 91,12). La Palabra de Dios es para tomársela en serio, pienso yo, y no para hacer una alegoría. Un día hace 19 años, en una parroquia viví algo especial. Unos soldados chadianos, de una etnia muy temida, los Gorán, habían bombardeado la parroquia. Por la tarde, viéndolos pasar por la carretera más allá de la verja de la misión, me acerqué con mi sotana blanca y les pregunté por qué habían atacado la misión siendo como éramos personas neutrales en el conflicto. Por sola respuesta, un soldado me apuntó con su arma y tiró una bala al poste donde se sujetaba el gozne de la cancela. Vi la bala pasar a un palmo de mi rodilla. Luego me apuntó a la barriga y me dijo: “Blanco, vete a tu casa”. Muerto de miedo le respondí que aquí era mi casa, que eran ellos los que no estaban en la suya… Entonces oí una mujer que gritaba al borde del camino: “¡No lo matéis, que es un hombre de Dios!”. Mi centinela me agarró por el hombro y me metió dentro de la cancela y creo que el soldado chadiano también resopló por haber salido de aquel callejón sin salida. Al día siguiente, al amanecer, cuando iba a la capilla, una mujer entró en la misión, se acercó, me tocó la barba y me dijo: “No tengas miedo, porque caerán mil a tu derecha y diez mil a tu izquierda pero a ti no te tocarán” (Sal 91, 7). La acaricié yo también y le dije que ella era un profeta para mí, porque Dios me estaba hablando a través de su palabra de mujer. La Palabra de Dios se hacía carne en los labios de esa mujer. Muchas veces Dios nos habla, pero no nos enteramos porque nuestro oído está cerrado. Dios me habló en aquella ocasión diciéndome que no perdiera la confianza en Él, que no me preocupara por mi integridad física, que lo importante estaba más allá, invisible a los ojos, dando ánimos al pueblo con quien me quedé, ahuyentando su miedo, invocando con ellos al Dios de la vida en aquellos meses de muerte. ¡Cuántas veces he sido testigo de que Dios utiliza “instrumentos frágiles” para manifestar su poder! (Seguir leyendo en VR, DICIEMBRE 2015).