martes, 19 marzo, 2024

MIRADA CON LUPA

AbellaJosep Mª Abella Misionero claretiano:

«La vida religiosa ha de ayudar a la Iglesia a salir de sí misma»

Acaba de cesar como Superior General. Lo ha hecho con la misma serenidad y libertad que cuando llegó a él hace ya doce años. Josep Mª Abella ha guiado la congregación claretiana en este intenso comienzo del siglo XXI. A él se le pueden agradecer tres valores objetivos de un líder de la vida religiosa de nuestro tiempo: estabilidad en el ánimo, dinamismo intercultural y claridad en lo que se propone. Nos ofrece unas respuestas directas y sinceras. Se le reconoce bien en lo que dice, porque ha sido el tono de su gobierno. Josep Mª nos regala, desde su propia experiencia, la agilidad que la vida religiosa puede sembrar en el mundo. Ahora, ligero de equipaje, de nuevo, está dispuesto para obedecer la Misión.

Tras una experiencia tan densa al servicio de la vida religiosa desde el gobierno, ¿Qué balance hace de estos años?

Ante todo he observado un cambio muy fuerte en la geografía humana de la vida religiosa en general. Incluso podríamos decir que se trata de un cambio en la misma geografía humana de la Iglesia. Se ha dado un desplazamiento numérico hacia Asia y África, que es donde más crecen las congregaciones y esto tiene consecuencias importantes. Por una parte, es una gran bendición porque nos da la posibilidad de integrar nuevas sensibilidades culturales y nuevas experiencias eclesiales a nuestro patrimonio carismático. Por otra parte, constituye un gran desafío porque nos pide profundizar en la vivencia de nuestra propia identidad, de tal modo, que seamos capaces de expresarla de maneras diversas sin traicionarla y sin romper la comunión que nos ha congregado como familia religiosa. Tiene sus consecuencias también en los programas formativos, en las actividades apostólicas y en la misma economía de los institutos. Además, no siempre es fácil mantener el estilo de gobierno propio de la vida religiosa, que pide una participación activa en el discernimiento y, por ello, claridad en los criterios que lo guían. A veces los modelos del ejercicio de la autoridad en algunos de estos nuevos contextos nos facilitan estos planteamientos.

Comencé mi camino como Superior General con el Congreso Internacional sobre la Vida Consagrada que reunió en Roma religiosos y religiosas de todo el mundo en el año 2004. Sigo pensando que fue una experiencia muy significativa y que la expresión que amoldó para explicar cómo nos entendíamos en la Iglesia ha sido muy motivadora: “pasión por Cristo, pasión por la humanidad”. La hemos intentado declinar en cada Provincia y comunidad. Me he encontrado con hermanos de una gran calidad humana, espiritual y misionera: es ésta una de las bendiciones que reciben los superiores. Pero he de confesar que sigo observando signos de involución y clericalismo que, en el fondo, expresan una incapacidad de asumir los nuevos desafíos del mundo de hoy y, a veces, esconden un deseo de privilegios o prestigio; en resumidas cuentas, una falta de esta “pasión” de que hablábamos.

Durante estos años nos ha acompañado el magisterio de tres Papas. Creo que esto nos ha obligado a escuchar con atención y a confrontarnos con las indicaciones que cada uno de ellos, desde su propio talante y sus planteamientos de gobierno, nos ha ofrecido. La permanente llamada a la Nueva Evangelización de Juan Pablo II, que nos dejó la exhortación apostólica sobre la vida consagrada, la insistencia en los aspectos fundamentales de la vida consagrada que nos fue repitiendo el Papa Benedicto y, ahora, el reclamo del Papa Francisco a vivir el presente con pasión y abrazar el futuro con esperanza sin perder nunca de vista la “periferia” como clave de discernimiento de nuestro modo de vivir y de nuestra proyección apostólica, nos han hecho mucho bien. El reto es asumir estas llamadas y encarnarlas en la vida.

Y finalmente quisiera subrayar la experiencia que he podido hacer de la universalidad de la Iglesia. Su catolicidad se expresa en la capacidad de acoger lo diverso manteniendo la unidad. Es una experiencia hermosa que te ayuda a centrarte en lo esencial y a relativizar otros aspectos que uno va comprendiendo que no son tan fundamentales.

Háblenos de una cuestión delicada: las estructuras. ¿Por qué son necesarios los itinerarios de reestructuración? ¿Cuál es la dificultad mayor para que esos procesos generen vida?

Ha habido un criterio que nos ha guiado siempre en estos procesos y que es obvio: las estructuras están al servicio de la vida. Cuando las condiciones de la vida cambian, deben cambiar las estructuras; de lo contrario, es la vida la que se va apagando. Estos procesos son necesarios, precisamente, para mantener la vitalidad de las congregaciones, de sus provincias, comunidades y obras apostólicas. Ayudan a ampliar el horizonte y constituyen una oportunidad para emprender nuevas iniciativas que respondan a los nuevos desafíos misioneros. Contar con una base de personal más amplia facilita, por ejemplo, la creación de equipos que sean instrumentos importantes de animación, tanto para los mismos institutos religiosos como para las iglesias particulares. Debería ayudar también a revisar las presencias y las obras y a pensar la actividad apostólica del instituto mucho más en red con otros grupos eclesiales y otras personas que buscan la transformación del mundo en sintonía con los valores evangélicos que inspiran nuestra vida y nuestra actividad.

Las dificultades son, principalmente, dos. La falta de visión, que nos encierra en un horizonte que no ve más allá de lo que ya se tiene o hace, y los apegos y los miedos. Es algo natural: uno siente muy dentro de su corazón aquello que ha vivido con intensidad y le ha ayudado a crecer y consolidar. Pero hay que superar este sentimiento natural y saber entrar en un diálogo de vida que aprecie lo diverso, lo respete y lo entienda como parte de un patrimonio común que hay que cuidar. Esto es portador de nueva vida. Y, por otra parte, existe el miedo a perder la seguridad de lo que se tiene y apostar por lo que no se sabe si va a funcionar. Todo esto hemos intentado superarlo estableciendo procesos de participación que han tenido modalidades diversas según los lugares. Esta adecuación de las estructuras de los institutos exige también un camino espiritual de las personas y las comunidades. (Seguir leyendo en VR Octubre, 2015).

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