sábado, 20 abril, 2024

MIRADA CON LUPA


«La vida religiosa es disponibilidad, si no, no es vida»

Manuel Tamargo, cmf. Ex-superior provincial

Es frecuente entrevistar a alguien cuando asume una responsabilidad. No tanto cuando cesa. Sin embargo, en la vida religiosa los servicios tienen y deben tener su tiempo. Manuel Tamargo acaba de dejar su servicio como superior provincial de los Misioneros Claretianos de Santiago. Nos acercamos a un hombre convencido y lleno. Moderadamente feliz y tranquilo por haber servido honestamente a sus hermanos. En poco tiempo ha hecho su composición de lugar, ha cambiado su responsabilidad, pero no ha cambiado la fuerza que le guía: la misión.

Después de unos años de actividad intensa, se anuncia otro servicio a la vida religiosa… ¿tenemos los religiosos capacidad para aprender siempre?
Creo que los religiosos somos privilegiados en esto. Tanto por el carácter itinerante de la vida religiosa, con cambios de destino más o menos frecuentes que nos obligan a un cierto reciclaje, como por la estructura de la vida religiosa, que nos facilita ocasiones y convocatorias de formación continua, de renovación espiritual, estudios sobre el carisma y la vida religiosa en sí, etc.
También nuestra forma de vida nos permite programarnos un tiempo para la formación que en otras situaciones vitales resulta mucho más complicado.

Ha vivido en primera persona un proceso de reestructuración ¿Cuáles cree que son los aspectos irrenunciables ?
Podríamos citar unos cuantos, me fijo en los que creo más importantes, hablando siempre desde la experiencia. Dejo los aspectos teóricos para mis hermanos del ITVR, que son los que saben de esto.
En primer lugar, es imprescindible un proyecto de misión. La reestructuración debe hacerse a la sombra de un proyecto misionero que defina qué tipo de apostolados se quieren llevar a cabo y dónde, cómo se van a organizar, qué tipo de gobierno se pretende, qué opciones y destinatarios serán prioritarios, etc.
Es importante que la reorganización vaya acompañada de una eficaz revisión de posiciones, que no debe ser sólo “cerrar”, sino también reorientar, potenciar, abrir… siempre en la medida de las posibilidades. Es fundamental la participación de todos en el proceso. A través de consultas, informaciones frecuentes y detalladas, encuestas, asambleas… Cuanto más protagonistas se sientan todos (no sólo los que participan en órganos de coordinación provincial, sino también y especialmente los que “no salen de casa”) más llevadero será el proceso y más apoyos concitará.
Aunque es de sentido común, hay que dejar claro que se construye sobre lo que ya hay. Tanto en la unión de organismos como en la división no se puede dar en ningún momento la impresión de que lo que había no es válido. Es una mala estrategia y además un desperdicio de fuerzas.
Por supuesto, un liderazgo claro y bien definido es decisivo. Esto no debe darse por supuesto. Si los encargados de coordinar o animar no tienen muy claro el planteamiento, el objetivo y el camino elegido, mal irá el proceso.

¿Cómo calificaría el ánimo de la vida religiosa? ¿Y la disponibilidad?
La vida religiosa está en clave de revisión, no me atrevería a utilizar el término “refundación” que está de moda. Sí de replanteamiento de aspectos que durante siglos han sido incuestionables. El tipo y tamaño de comunidades, la relación con la misión, la interculturalidad, la intercongregacionalidad…
Todo ello en el marco de una edad media avanzada (hablo de lo que conozco, la vida religiosa en España y quizá en Europa) y de la escasez de fuerzas.
Con estos parámetros veo a los religiosos y religiosas dispuestos a asumir que llegan tiempos nuevos. Pero más que resignación yo calificaría el estado de ánimo como un deseo de dar con el cauce adecuado, con la forma de vida religiosa que pueda responder a estos tiempos. Una buena parte de nosotros estamos esperanzados. Llegaremos a formas nuevas, pero seguiremos adelante con la misión; la vida religiosa (no lo digo yo, sino Juan Pablo II, Benedicto XVI) es esencial a la vida de la Iglesia y sabrá resituarse en el mundo y en la Iglesia actuales.
En cuanto a la disponibilidad, ha variado, claro. Hoy día tenemos otros planteamientos y también otros lazos. Nos piden que nos inculturemos, y eso es imprescindible para la misión, pero también tiene sus inconvenientes a la hora de “desinculturalizarse” (perdón por la palabra), de dejar lo que estamos haciendo y aquellos con quienes lo estamos haciendo para ir a otro sitio.
Pero quiero pensar que la dificultad para aceptar un destino se vence cuando se trabaja con proyectos concretos. Hoy no se puede ir a una posición “a ver qué pasa” o simplemente “a dar clase” o “a ser párroco”. Los cargos tienen que estar encajados en proyectos pastorales o misioneros más o menos atractivos.

¿En el servicio de gobierno qué va antes, tener buenas ideas o ponerse en el lugar del otro?
Van antes las personas, está muy claro. Pero las personas necesitan tanto que se les atienda en sus planteamientos y necesidades como que se les faciliten cauces de crecimiento que no siempre coinciden con sus intereses personales.
Quien gobierna debe ser capaz de ponerse en el lugar de sus hermanos. Pero no siempre puede tomar decisiones desde esa postura. A veces precisamente hay que tomar distancia de las situaciones personales para tener una visión de conjunto y decidir desde ahí lo más adecuado. A eso me refería antes con los cauces de crecimiento.
Lo que sí tengo claro es que las buenas ideas para el gobierno se pueden tener o se pueden compartir con otros. Un buen equipo de gobierno puede paliar en parte la falta de ideas del superior, si este o esta se dejan aconsejar. Pero lo que no puede suplir nadie es la capacidad de empatía de un superior con su gente.

¿Cómo compaginar el servicio a la vanguardia con el cuidado de congregaciones con avanzada edad?
El servicio a la vanguardia no es tarea de toda una Provincia, ni siquiera de una parte importante de la misma. Podemos promover algunos servicios significativos que den al organismo un talante misionero, de vanguardia, mientras se mantienen comunidades adecuadas para todos aquellos que no están en condiciones físicas o de edad para ir a la frontera.
Lo que es engañoso, a veces, es la consideración de quiénes pueden “ir a la frontera”. Hay religiosos o religiosas de edad avanzada, incluso con un nivel muy bajo de actividad, que pueden desempeñar un papel estupendo en comunidades pequeñas e insertas, o en diálogo con otros…
Es, por tanto, una cuestión de dimensión, de saber qué fuerzas se pueden dedicar a las posiciones de vanguardia. Haciendo, eso sí, una apuesta valiente. Si calculamos en exceso las fuerzas, nunca saldremos de casa.

¿Qué aspecto le parece que es el que con más claridad está ofertando la vida religiosa al dinamismo eclesial?
El testimonio comunitario y la dedicación plena a los demás.
Podríamos concretarlo en tareas asistenciales, educativas, de atención a la marginación… pero todo ello se resume en la consideración de hombres y mujeres, a veces faltos ya de fuerzas, que siguen entregados sin descanso a la tarea de evangelizar por todos los medios.
Y lo hacen en comunidad. Nosotros estamos acostumbrados a ello, pero para una buena parte de la sociedad que nos rodea, el testimonio de un grupo de hombres o mujeres que viven juntos sin haberse escogido unos a otros, que comparten el dinero, que rezan a diario, que tienen la casa abierta… es un interrogante importante y una cara de la Iglesia que resulta impactante.
Por eso es tan prioritario que nuestras comunidades lo sean de verdad. Allí donde lo son, suponen un anuncio eficaz del Reino.
Doy por supuesta la dedicación, lo decía antes, el testimonio de entrega y atención a todo tipo de personas, especialmente los más necesitados, muchas veces en lugares y circunstancias a los que nadie más sería capaz de llegar. Y otras veces en lugares más asequibles pero con el tesón y la calidad que sólo la vida religiosa puede ofrecer.

Se está realizando un buen trabajo en pastoral vocacional. Sin embargo, no parecen acompañarnos los “resultados”. ¿Qué lectura hace de este hecho?
De acuerdo con la primera afirmación. Por lo que yo conozco, hemos hecho un gran esfuerzo de dedicación y renovación en la pastoral vocacional. Pero no estamos en época de resultados, al menos si entendemos por resultados un aumento significativo de las vocaciones.
Sí, creo que estamos en época de ir sembrando y eso no produce necesariamente frutos visibles. Además, en esta misma línea, hay un fruto que no se aprecia fácilmente pero que creo que es real. Muchos jóvenes y familias están percibiendo otra imagen de Iglesia; creo que el Evangelio está llegando a mucha gente que se agrupa en torno a nuestra pastoral infantil y juvenil, aunque al final no se tengan “muchas vocaciones”. Nuestra misión es anunciar el Evangelio, hacer discípulos, y en eso sí creo que estamos avanzando; teniendo en cuenta, por supuesto, las circunstancias ambientales que condicionan y dificultan todo el planteamiento.

Durante sus años al servicio de la animación y gobierno ha impulsado notablemente la misión compartida. ¿Qué valoración hace del momento que vivimos?
Estamos en un momento de crecimiento claro en este campo, y también de ir descubriendo qué iniciativas son realmente “misión compartida” y cuáles son cuestiones meramente organizativas. Y esto es lo más importante: cada vez hay más religiosos y seglares que no se conforman con compartir tarea (lo cual ya es un avance) sino que entienden que para que haya misión compartida se debe ir más allá, poniendo en común también parte de la vida. Creo que cada vez serán más evidentes y enriquecedores los avances en este sentido. Pero creo también que eso requiere una “vigilancia”, una tensión continua por cualificar la misión compartida, por descubrir qué iniciativas se pueden emprender y cuáles responden realmente a este concepto.
También tenemos mucho que avanzar en misión compartida entre otras formas de vida: hay que hablar de intercongregacionalidad, de clero diocesano, incluso de un cierto tipo de misión compartida (no sé si se puede llamar así) con alejados, desde objetivos y valores humanitarios que están recogidos en el Evangelio.

Háblenos de ese diálogo con otras formas de vida…
Creo que ha habido un proceso de normalización y de distensión notable en la relación entre la vida religiosa y la jerarquía de la Iglesia española que, por otra parte, era necesario. Todavía queda terreno por andar en esta dirección, pero pienso que la situación ahora mismo es satisfactoria.
En cuanto al clero diocesano, también vamos venciendo recelos y acercando planteamientos. Aunque no entiendo por qué no se estudia la teología de la vida religiosa con cierto detenimiento en los seminarios diocesanos y en las Facultades de Teología, dentro de la Eclesiología o como disciplina aparte. Todavía hay un notable desconocimiento por parte de los presbíteros diocesanos acerca de lo que es la vida religiosa.

¿Lo nuestro es ofrecer sin imponer?
Me parece que sí, sin duda. Hemos avanzado mucho desde el concepto de cristiandad (no tan olvidado) y todas sus manifestaciones. La vida religiosa ha sabido adaptarse más que otros sectores de Iglesia a la realidad y ha sabido insertarse en esta sociedad tan cambiante y abierta.
No nos favorece en este sentido la actuación y los pronunciamientos de algunos sectores eclesiales (incluso entre los que tienen autoridad) que nos retrotraen a otras épocas más impositivas. Pero eso no debe empañar el esfuerzo general de actualización y diálogo con la realidad que está haciendo en general la Iglesia y de forma especial la vida religiosa.

¿Ve próximo un real compromiso intercongregacional en Europa?
La verdad es que no. Veo que irán surgiendo experiencias, quizá a un ritmo más rápido de lo que muchos imaginan, pero creo que aún pasarán unos cuantos años hasta que se pueda hablar de proyectos conjuntos intercongregacionales en Europa. Existen en este momento algunos ejemplos muy interesantes, como el de varias congregaciones (entre ellas la nuestra) en Sudán del Sur; pero vencer la inercia de los europeos, convencernos de que ha llegado el momento de cambiar el rumbo de nuestra historia y tradición congregacionales, tan arraigadas en Europa, y hacerlas coincidir con las de otros institutos, va ser difícil. Pero, dicho esto, creo que el futuro pasa por llegar a ver como algo normal los proyectos intercongregacionales.

Para concluir una frase sobre algunos aspectos nucleares de nuestro estilo de vida:
La vida de comunidad
Es una fuente de enriquecimiento personal que no tiene parangón con nada.

La disponibilidad
Como San Antonio Mª. Claret, que se mostró en todo momento disponible a la voluntad de Dios por más que contrariara sus propios deseos. La vida religiosa es disponibilidad; si no, no es vida; se convierte en un mero oficio, mejor o peor desempeñado.

Y la libertad
Sin una buena dosis de libertad de espíritu la vida religiosa no avanzaría, y menos en estos tiempos vertiginosos y cambiantes.

Para finalizar… ¿Y ahora qué va a hacer al Servicio del Reino, Manuel Tamargo?
Mi destino, en los próximos meses, estará en Roma. Me tocará animar y coordinar las Procuras de Misiones y la atención a las Misiones de la Congregación por todo el mundo.

 

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