Valiéndome del aniversario teresiano, rindo un particular homenaje a la santa reformadora y quiero hablar de la imaginación, «la loca de la casa». Qué necesario es moderarla, pero qué imprescindible urgirla. Nuestros estados políticos, bien gastados, se están quedando sin imaginación, por eso determinadas propuestas populistas –y a mi entender imposibles– encuentran eco mediático, ruido de titulares, con una muy difícil puesta en práctica. Les falta moderación para ser posibles. Ya saben, carecen del menos común de los sentidos…
Pero volvamos a la imaginación y a nuestras familias religiosas. Reparemos en cómo las deseamos y como son. Soñemos imaginando para despertar obrando. Cerremos los ojos y veamos a nuestros fundadores de vuelta a este siglo, a sus calles y gentes. Pasan por las ciudades y pueblos donde estamos y, lógicamente nos ven… Hasta aquí el juego, ahora la pregunta inocente: ¿Se quedarían en nuestras casas? ¿Experimentarían la pasión por la misión en nuestras obras? ¿Sería nuestra comunidad la suya?
Quizá la pregunta sea tan imposible como la respuesta. Hace falta mucha imaginación, casi tanta como para activar los carismas, y reabrirlos con la urgencia y providencia de este tiempo.
Vamos a intentarlo. Fundadores que leen la llamada del Espíritu hoy. Seguro que veríamos alguno de ellos disfrutando en un aula, ante las ocurrencias de un niño; otros, en silencio al lado de un enfermo; muchos estarían por las calles «perdiendo el tiempo» y corriendo la misma suerte que tantos transeúntes, mendigos y «gentes» que no encajan en la convención social. Estimo que varios ofrecerían una predicación cuidada y breve; atinada y actual; otros muchos muy cercanos con los jóvenes y familias actuales, con sus problemas y desajustes… Un buen porcentaje estaría muy sorprendido y desconcertado por lo que los sesudos historiadores e historiadoras dicen que dijeron e hicieron. Habría algunos, me temo, que pasarían de largo, porque no reconocen sus obras, aunque el escudo por ellos creado, sea bien grande… Y casi, como convicción, creo que a todos se les haría muy difícil una reunión de economía y se sonreirían ante «nuestras revisiones, poco revisadas, de posiciones». Sobre todo de nuestras justificaciones para mantenernos, conservarnos y la alergia a los desplazamientos a los «santos lugares» de los pobres.
Si además pasasen por nuestras comunidades… Se quedarían como huéspedes unas horas y comprobarían nuestro ánimo para compartir el carisma, la generosidad de nuestra ofrenda, el contraste entre el tiempo de Dios y «nuestros tiempos» para Él. Estoy seguro que pasarían una buena tarde con algunos que están bien solos; escucharían los proyectos de quien nunca encuentra tiempo ni coro para contárselos. Desgranarían historias con tantos ancianos y ancianas que lo han dado todo por una causa noble y ahora solo disfrutan del silencio de los suyos. Escucharían las inquietudes carismáticas de algunos jóvenes, y no tan jóvenes, que no acaban de encontrar vida en lo que pretenden vivir. Estoy completamente seguro que a todos nos dirían: «Eso que sueñas, es posible…ponte a ello». Porque si algo hay evidente en este «sueño posible», es que los fundadores y el don de los carismas, son el regalo más ágil, transgresor y novedoso de nuestro Dios a su Iglesia. Y, como bien sabemos, en un mundo de claves y contraseñas, no hay quien pueda poner candados al Espíritu.
Despertando del sueño, volviendo a la vida, a sus encuentros y propuestas, a los proyectos y luchas. Pensemos que, en verdad, nuestros carismas están de vuelta, necesitan abrirse, ser ellos y ofrecer novedad. Dejémoslos que transiten por nuestras obras y comunidades. Tomemos decisiones claras que los permitan. Hay una regla de oro para acertar. Lo que nos lleve al signo es del carisma; lo que nos haga débiles, también; lo que facilite la humanización de nuestras casas, por supuesto. Lo que nos de seguridad, o hable de garantías; o busque la relevancia, popularidad, público y publicidad solo nos afirma que nuestros fundadores y fundadoras pasarán de largo.
Viene la encarnación, tiempo de los buenos deseos que nacen del amor sin mancha, pues a soñar despiertos y a hacerlo real.
¡Muchas felicidades!