Los medios de comunicación vinculados, de algún modo, a la Iglesia tienen una importancia singular en este tiempo. Forman parte de ese tejido transformador del pensamiento para acercar una nueva presencia evangelizadora. No responden a la reiteración de lo conocido, sino que, en conjunto, pretenden mostrar como la normalidad de la vida está plagada de signos que la hacen compatible con el seguimiento de Cristo. Hasta ahí, con los matices que cada publicación escrita o digital tiene, todos de acuerdo.
La cuestión de fondo, sin embargo, es qué nos proponemos, con lo que proponemos. Cuáles son los rasgos inspiradores de nuestro ministerio a través de las publicaciones. Qué verdad empapa nuestras afirmaciones o qué posverdad sostenemos porque «cae bien», es la que conviene o es la que «me paga». (No lo sé a ciencia cierta porque trabajo en un medio que no paga publicidad, pero parece que hay lugares que, si contratas publicidad, hablan de ti… Si no, no existes). Forma parte de un cierto cultivo, que tiene que ver más con el consumo de lo religioso que con la verdad del sentido, misión y transformación social que se propone la Iglesia y las instituciones pertenecientes a ella.
En la Jornada Mundial de las Comunicaciones de este año, el papa Francisco quiere subrayar la necesidad de «Comunicar esperanza y confianza en nuestros tiempos» y hacerlo desde la veracidad. Sin cebarse en el dramatismo y sin huir de la realidad. Un gran reto de sensatez, veracidad y compromiso con la fe. Desde ahí podemos preguntarnos qué estamos haciendo, qué estamos leyendo o escuchando y a quién.
Hay tres aspectos que se convierten en catalizadores para conocer la veracidad discutible. El primero es la capacidad para convertir una noticia sensacionalista y generalista que colateralmente tenga que ver con la Iglesia, en una noticia eclesial de alcance. El caso no es ya buscar la verdad, es tener al personal entretenido con «mi verdad».
El segundo es la filia y la fobia manifiesta o la incapacidad de reconocer el bien donde esté. Leyendo algunos medios pareciese que hay personas trabajando directamente a pie de cielo, mientras otros jamás, se acercasen al mismo. Esos medios nos ayudan a entender que la noticia eclesial de alcance está en las personas que con rigor están trabajando, en silencio, sin hacer pagos mercenarios.
El tercero es la mirada microscópica. Sólo desde un ángulo. Solo desde una dirección. Un medio que se inspire en la línea de nuestro actual Papa ha de ser un medio con mirada amplia, que abra posibilidades, agilice el pensamiento, facilite la interacción (no el insulto) y reconozca los trayectos que las personas están haciendo en la sinceridad de sus vidas.
Si acercamos el análisis al público que más conozco, los religiosos y religiosas, tengo que reconocer que hay poca dependencia de lo que «dicen que dijeron» determinados medios. La Revista Vida Religiosa es un buen filtro en el que muchas personas, de sensibilidades muy diferentes, van diciendo lo que merece la pena o provoca pena. En conjunto, los religiosos son un cuerpo informado, pero no presionado. Conscientes de necesitar hacerse presentes en los medios, sin obsesiones. La vida religiosa está llamada a transformarse, lo tiene en su ADN, no hace falta que lo subraye un efímero titular. En conjunto, la gente sensata, sabe que la vitalidad de una congregación, una comunidad o un consagrado o consagrada, es absolutamente independiente de que determinado consumo informativo hable de lo que representa. Depende de la verdad con que empape a esta sociedad con una fraternidad creíble…