La sinodalidad en los institutos de vida consagrada

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“Somos itinerantes y nuestra sociedad se configura desde una condición de migratoriedad que ha transformado el tejido de la convivencia humana”

Liliana Franco Echeverri, odn

Presidenta de la CLAR

Somos Iglesia

La certeza de que la Iglesia nació de la acción del Espíritu, en dinámica de experiencia y transmisión, nos confirma en el hecho de que nuestro peregrinar como cristianos, solo se entiende en comunidad, con otros, en la apasionante y no fácil tarea de reconocernos hermanos. Por algo la utopía del cristianismo es la fraternidad, la sororidad.

La vida consagrada nació en la Iglesia y esta convidada a sentir con la Iglesia1. La Iglesia es la comunidad de los que en la diferencia creen, de aquellos a los que convoca el Espíritu de Jesús y se saben portadores de una misión que va, más allá de ellos mismos, que los trasciende. Su razón de ser es evangelizar, es humanizar.

Desde el origen, para los cristianos, estuvo claro el horizonte: dar cuenta de la buena noticia que los habitaba, fortalecerse para el anuncio y desde el comienzo, así lo narran todos los textos que hacen referencia a las comunidades cristianas primitivas, se hizo desafiante abordar las inne- gables diferencias que los identifican: “Me refiero a que cada uno de ustedes dice: «Yo soy de Pablo», «Yo de Apolo», «Yo de Cefas», «Yo de Cristo»”2.

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