La Biblia es una casa con numerosas puertas para abrir, entrar, y sentarnos a la mesa preparada por Dios para todos nosotros desde todos los tiempos. Para profundizar en las celebraciones de estos días, os invito a entrar en el Evangelio por la puerta de LUCAS (Lc 2, 1-20), y unirnos a la peregrinación para empadronarse cada cual en su ciudad natal, según el decreto del emperador Augusto.
Caminemos desde Nazaret -en Galilea-, hacia Belén -en Judea- con José y María, y todos los hijos de Israel, subiendo los montes de Judea. En el corazón de José resuenan las palabras del Señor, dichas muchos siglos antes al profeta Isaías (s. VIII a. C.): “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz; habitaba en tierra y sombras de muerte, y una luz les brillo. Acreciste la alegría, aumentantes el gozo, se gozan en tu presencia, como gozan al segar, como se alegran al repartir el botín…Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado” (Is 9, 1-2.5).
José lleva en el corazón esta Promesa del Señor, por eso sube a Belén confiado en Dios, viendo como comienza a cumplirse en su vida. Podemos subir los montes de nuestra vida, las dificultades del camino, si llevamos en el corazón la Promesa de Dios, como José: Una luz se nos dará.
Entremos, pues, en Belén. Lucas dice que: “Mientras estaban allí, le llegó a María el tiempo del parto, dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada” (Lc 2, 6-7)
Belén es nuestra vida, y la de toda la humanidad, por eso es tan importante que entremos en Belén. Mira la posada abarrotada de gente, cerrada para el último y humilde, es una posada llena de bullicio y sin sitio para el silencio de José y María, que guardan todo en el corazón. Mira a los pastores, que pasan la noche al raso, sin cobijo ni protección, en vela y metidos en el silencio de la noche.
¿Dónde estás tú? ¿Eres posada cerrada? ¿Tu vida está al raso de la noche? ¿Hay sitio para el silencio del misterio en ti? ¿Caminas en la paciencia de aceptar los “noes” de las puertas cerradas para ti?
Mirad: ¡Ha aparecido la gracia de Dios en un pesebre! La semilla que trae una PROMESA DE PAZ SIN LÍMITE. Ahora nos toca cuidarla, para que crezca y de frutos de vida. ¿Qué corazón está tan adormecido e indiferente que no se goza de ello?, dice San León Magno.
Déjate golpear por las preguntas que nacen al detenernos en el portal: ¿qué es este pesebre?, sino todo lo que hay de paja en nosotros, todo lo seco y mortecino de nuestra vida, sobre lo que se recuesta el Hijo de Dios. Así lo entendió la Iglesia en la iconografía, cuando pintó el pesebre en forma de ataúd negro, y los pañales como un sudario que envuelve al niño. Y todo esto sólo para decirte que, desde el Pesebre hasta la Tumba, DIOS TE AMA HASTA EL EXTREMO EN LO CONCRETO DE TU HISTORIA. En tu fragilidad Dios se recuesta para que tú seas fortalecido. Él acepta ser envuelto en pañales, para que la gloria de Dios te envuelva a ti, como a los pastores, y como ellos recuperes la alegría, y lo anuncies a todos. Aunque tú te sientas que estás al raso, en la noche de las dificultades de la vida, Dios quiere envolverte en su luz, en su paz, en su fuerza, en su gloria.
Si tu pesebre está un poco iluminado por Dios todo cambia. Te revistes de capacidad para abrazar tus impotencias y aceptar tus límites. Podrás entrar en el nuevo año sin huir de los sufrimientos, sin estar siempre a la defensiva, sin llenarte de miedos.
En Belén, Dios ha abierto una puerta que nadie puede ya cerrar: LA PALABRA HECHA CARNE, la Promesa cumplida, para que nunca más te sientas abandonado. Nuestro mundo está mortecino, reseco, necesita que el Hijo de Dios se recueste sobre sus pajas, pero primero has de vivirlo tú, para llevar este Anuncio a los que te rodean.
La PROMESA DE DIOS sembrada en nuestras vidas es nuestro tesoro. Cómo no cantar un “Te Deum laudamus” inmenso al final de este año, y bendecir a Dios por todo lo acontecido, todo ha sido gracia, hasta las enfermedades y las dificultades, todo ha despertado en nosotros la compasión, muchas actitudes y gestos de generosidad, de cercanía, de deseos de comunión…Y esto ha sido posible porque sobre el pesebre de nuestro día a día, ha aparecido la gracia de Dios, el Amor que vence el miedo, y la luz que venció la oscuridad de la arrogancia humana. ¡Celebrémoslo con alegría!
¡OS DESEO A TODOS UN FELIZ AÑO EN EL SEÑOR, CAMINANDO CON SU PROMESA EN EL CORAZÓN Y SU GRACIA SOBRE NUESTRO PESEBRE!