Carlos González García
Periodista y escritor
José Pedro Manglano, Sacerdote y fundador de Hakuna
Adentrarse en las entrañas de Hakuna supone descubrir que no hay mejor refugio que el corazón de Dios, ni lugar más seguro que sus brazos compasivos. Su fundador, José Pedro Manglano, abre muy despacio su mirada para acrisolar sus ojos en los del Amado. Con los pies descalzos, reza abrazado al Cuerpo de Cristo, para no dañar la piel que custodia su caricia. Y recita cada verso de la Palabra desnuda, cosiendo sus latidos para preservar este milagro vestido de familia eucarística
El número 12 de la calle Mártires Concepcionistas de Las Rozas amanece con calma, como si el Amor estuviera acostumbrado a anidar cada día en su regazo. Tras la puerta siempre abierta del Estudio (como llaman a la sede) te recibe el Resucitado: enteramente vivo, sencillamente cuidado, adornando el eco delicado de un ostensorio bordado con mimo por unas manos que aman demasiado.
Permanezco ahí, A solas (así reza el nombre de la capilla), para que la Hostia fragüe y sane las partes rotas que siempre quedan en el alma. Y mientras me dejo hacer, una mano delicada de padre me invita a descubrir dónde mora la razón del precioso tesoro que esconde Hakuna: «Lo único importante es vivir la vida así, arrodillados, con los pies descalzos y con cara de resucitados». Es D. Josepe, el sacerdote que acompaña cada latido de Hakuna: un grupo de enamorados que ha revolucionado la forma de vivir la fe. Consciente de que solo la Vida da vida, abre la cancela de su corazón y, con mucho sigilo, va recogiendo del suelo las migas que Dios ha dejado a su paso para ponerlas, cuidadosamente, en mis frágiles manos.
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