La Cuaresma es una oportunidad para convertirnos y dar fruto

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En este tercer domingo de Cuaresma, nos encontramos con un mensaje que nos llega al corazón: Dios se hace presente en nuestras vidas, con su misericordia y su llamada a la conversión.

La primera lectura nos presenta a Moisés frente a la zarza ardiendo. Dios se revela como «Yo soy el que soy», un Dios cercano que escucha el clamor de su pueblo y baja a liberarlo. Este Dios no es indiferente a nuestro sufrimiento, sino que se hace presente en medio de nuestras luchas cotidianas.

Pensemos en la parroquia:
• Para los niños: ¿Cómo sientes la presencia de Dios en tu vida?
• Para los jóvenes: ¿En qué momentos has experimentado que Dios te acompaña?
• Para los adultos: ¿Cómo podemos ser «zarzas ardientes» que revelen la presencia de Dios a los demás?

El Evangelio de hoy nos trae las palabras de Jesús: «Si no os convertís, todos pereceréis igualmente». Estas palabras pueden sonar duras, pero en realidad son una invitación a cambiar nuestra vida para no seguir viviendo infelices.

La parábola de la higuera nos muestra a un Dios paciente que nos da oportunidades para dar fruto. Cada uno de nosotros es esa higuera. Dios no se cansa de cuidarnos, de «cavar alrededor y echar abono», esperando que demos frutos de amor y de justicia.

Una pequeña planta verde que brota del suelo creciendo a través de una  grieta dentada en el hormigón el p | Foto Premium

Pero alguna persona pensará, ¿Qué significa convertirse hoy? No se trata solo de rezar más o ir más a la iglesia.

La verdadera conversión se manifiesta en frutos concretos:
• Para los niños: Ser más amables con sus compañeros, jugar con todos sin dejar a nadie a un lado, ayudar en casa sin que nos lo pidan.
• Para los jóvenes: Usar las capacidades que Dios nos ha dado para servir a los demás, ser solidarios con los que sufren, sacar la basura sin “rezungar”.
• Para los adultos: Luchar contra la injusticia, ser capaz de tomar decisiones que nos hagan más auténticos, sin dejarnos llevar por el miedo o el qué dirán, orar, participar en los retiros y en actividades de la parroquia, ser más compasivos en el trabajo y en la familia.

El salmo nos recuerda que «El Señor es compasivo y misericordioso». No temamos acercarnos a Él con nuestras debilidades. Dios no es un
Dios justiciero, sino que busca ayudarnos a crecer y dar fruto.

San Pablo nos deja un poco inquietos en la segunda lectura: “El que se cree seguro, ¡cuidado!, no caiga”. La Cuaresma es un tiempo para examinar nuestra vida y preguntarnos: ¿Estamos dando frutos con todos los dones que se nos ha regalado?

Esta Cuaresma es ese «año más» que el viñador pide para la higuera. Es una nueva oportunidad que Dios nos da para convertirnos y dar fruto. No la desaprovechemos.

Que María, la primera discípula, nos ayude a estar atentos a la presencia de Dios en nuestras vidas y a responder con generosidad a su llamada. Que nuestras familias y nuestra comunidad sean ese terreno fértil donde el amor de Dios pueda dar muchos frutos.

Recemos juntos un Ave María.