La experiencia del “puesto vacío”
Cuando decimos “Padre nuestro, que estás en el cielo”, aludimos directamente a que Dios, nuestro Padre, no es accesible, a que una distancia inmensa lo separa de nosotros: la distancia que media entre el cielo y la tierra. Por eso, nuestra súplica es: “¡Venga a nosotros tu Reino! ¡Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo!”.
La ascensión de Jesús al cielo debe ser entendida en la misma clave. Para aquella comunidad de mujeres y hombres que Él formó, la ascensión de Jesús al cielo, tuvo que ser fuertemente sentida. Se sentirían como huérfanos. La tristeza se apoderaría de ellos. Se verían muy solos y desorientados sin Él. Jesús se convirtió para la comunidad en el Gran Ausente. Allí quedaba siempre “el puesto vacío”.
¡Véante mis ojos, mi Jesús ausente!
Que Teresa de Jesús hablara de “mi Jesús ausente” y del “Véante mis ojos” no delata su falta de fe en la presencia de Jesús. ¡Sólo muestra que la Presencia está cargada de ausencia! ¡Jesús está ya, desde hace mucho tiempo, en el cielo! ¡No en la tierra!
En el cielo el Abbá lo ha sentado a su derecha. Los dos llevan al colmo su unidad, su amor. Padre e Hijo han quedado profundamente alterados por la Encarnación. La humanidad y el cosmos han subido también al cielo. Allí Jesús intercede por nosotros. Jesús pone en manos del Abbá toda su experiencia de solidaridad y amor. Y los Dos elaboran un nuevo proyecto: proyectan una nueva misión.
No es fácil entender el “conviene que yo me vaya”. ¿Cómo va a ser conveniente la ausencia del Imprescindible, de aquel que nos dijo -¡y cuánta razón tenía!- “sin mí no podéis hacer nada”? Se dije que los cementerios están llenos de gente imprescindible. Pues he aquí, que el más imprescindible nos dice: “os conviene que yo me vaya”. Y así lo hizo, mucho antes de lo previsible. Jesús no se escapó a Cachemira, ni vivió una segunda vida familiar -ausente ya de su comunidad-. Jesús subió al cielo.
Buscando a Jesús
Hay fe allí donde se da un salto en el vacío. Jesús, en este día, quiere provocar nuestra fe, como salto en el vacío. Desea ser creído, y no simplemente aceptado por las evidencias. Desea ser deseado y no simplemente aceptado como un hecho evidente.
¡Cuánta impresión me producen los hombres y mujeres que pueden ser definidos como “buscadores de Dios”, ¿buscadores de Jesús”? ¡Qué impresionante aquella escena de la película “Madre Teresa de Calcuta”, en la cual ella encuentra la presencia ausente de Jesús en un moribundo, tendido en el suelo de una estación! Quienes buscan su rostro, vislumbran todavía en la humanidad su presencia, perciben su aroma (el buen olor), gustan la densidad de los símbolos que nos dejó.
Las vocaciones al monacato han tenido siempre esta característica: ¿a qué vienes?, le preguntaba el abad al postulante. Y él respondía: “¡a buscar a Dios!”. Hoy también respondemos en las congregaciones apostólicas: “¡a buscar a Jesús!”.
Ama y cree quien nunca se da por satisfecho. Quien siente más la ausencia que la presencia, porque no le basta cualquier forma de presencia.
¡Marana Tha!
Sí. Hoy es el día del Marana Tha, del “¡Ven, Señor Jesús!”.
Y a pesar de su ausencia, ¡creemos en su presencia! ¿No es ésta la verdadera fe? Los días antes de Pentecostés nos pueden reunir en oración para buscar, para suplicar un poco más de presencia, para esperar una salvación más efectiva. Y habrá milagros que a través de nosotros realiza el Crucificado y Resucitado y Ascendido. ¡Qué bien los expresa el final del evangelio de Marcos! ¡Qué herencia nos ha dejado, Aquel que en la otra dimensión nos espera! Al despedirse Jesús nos pidió que anunciásemos su Buena Noticia a “toda la Creación”. También nos prometió estar junto a nosotros para realizar la obra evangelizadora “sin miedo” y con su permanente protección.