sábado, 27 abril, 2024

Ha comenzado un mundo nuevo:

Es ya el tercer domingo de Pascua. La madre Iglesia, por el sacramento de la Eucaristía, nos sumerge en el misterio de Cristo resucitado, y, con palabras del Salmista, nos invita a la alabanza de Dios: “Aclamad al Señor, tierra entera; tocad en honor de su nombre, cantad himnos a su gloria”. Aclamad, hijos, por lo que habéis conocido; tocad por lo que habéis creído; cantad por lo que se os concede celebrar y vivir. Que aclame la tierra entera, pues todos han sido amados, todos han sido redimidos, para todos corre el río de la gracia que sale del santuario.

Dios se ha hecho solidario con nosotros en Cristo Jesús. El Verbo eterno ha hecho suya nuestra carne, ha hecho nuestro su Espíritu, ha reunido en la unidad de su cuerpo a los hijos que el pecado había dispersado.

Que aclame, unido a Cristo resucitado, el pueblo con el que Cristo ha sido crucificado. Que lo digan con Cristo los abatidos por el odio, por la violencia, por la injusticia, por la indiferencia, por la soberbia: “Señor, me enseñarás el sendero de la vida”. Que supliquen con Cristo todos los humillados de la tierra, los pobres del Señor, los hijos del Reino de la gracia: “Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti; yo digo al Señor: «Tú eres mi bien»”. Que se alegren con Cristo todos los hambrientos de justicia y de paz; digan con él, pues son su cuerpo: “Mi carne descansa serena, porque no me entregarás a la muerte ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción”.

Gustad lo que habéis creído. Vivid lo que habéis gustado.

A esta mesa sólo pueden sentarse Dios y los pobres, el Resucitado y los necesitados de resurrección, el Cordero de Dios y los necesitados de redención. Hay banquete y fiesta en el corazón de Dios, porque la casa se le ha llenado de hijos; hay banquete y fiesta en el corazón de los hijos, porque la vida se les ha llenado de Dios.

Y no pienses, Iglesia de Cristo, que tu unión con él es fingida o sólo imaginada. Esa unión es tan verdadera como lo es tu unión con el Pan de la Eucaristía que comes y que de algún modo transformas en ti. Por inefable misterio de gracia, en la Eucaristía somos nosotros quienes, fortalecidos con el Cuero y la Sangre del Hijo de Dios y llenos de su Espíritu Santo, formamos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu.

Hoy, contigo, a tu mesa, se sentará tu salvador, el Mesías, el Señor. Lo reconocerás por su modo de partir el pan: lo tomará en sus manos, pronunciará la bendición, lo partirá y te lo dará. Deja que la fe te abra los ojos, deja que la palabra de Jesús te encienda el corazón, deja que tu vida se llene de esperanza, deja que la alegría vuelva a la casa que la tristeza y el miedo habían cerrado, y levántate para decir a los pobres que nada se ha perdido, que Dios ha abierto para ellos un camino en el mar que les cerraba el paso a la libertad.

Ha comenzado un mundo nuevo: Ha resucitado el Primogénito de los pobres.

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