FACEBOOK HABLA DE AMIGOS Y LA TV DE MONJAS

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relaciones 1En las redes me encuentro que una persona, con más de tres mil amigos virtuales, no tiene quien lo entierre. Además, una religiosa joven, a quien conozco poco, pero admiro más, me habla de su indignación por el trato reality en TV, de algo tan sagrado y poco televisivo como la vocación a la vida religiosa.
Y sin querer, —queriendo—, las dos noticias se asociaron y me crearon malestar. Me hice, de momento, preguntas. Muchas y de difícil resolución.
¿Será todo tan superficial? ¿Estaremos las personas de este tiempo saciadas de profundidad? Prometo que no son argumentos, para ahora esbozar un intento de respuesta. Sencillamente no la tengo.
Aparece muerto con más de 3500 amigos en el Facebook… Nadie se hace cargo y el juzgado pide al ayuntamiento de su localidad que se le de sepultura. Es un titular desconcertante. Nos habla de la soledad de nuestro tiempo. De las vidas superpuestas que no se encuentran. De la verdad de nuestros «me gusta» o no me gusta. De nuestras peticiones de amistad y aceptación de la misma. De un mundo de redes o enredado que valora lo que se cuenta, que vive de la imagen. Nos habla de soledades aparentemente habitadas, de relaciones epidérmicas e, incluso, de vacío o vaciedad de las relaciones duraderas. Personas arrojadas a la vida, convivencias superficiales y funcionales. Nos habla de desconcierto, soledad y enfermedad social. Alguien, en nuestros días, en el seno de una ciudad, bien conectado, con más de «tres mil amigos» en las redes, muere solo sin que nadie se haga eco de su ausencia, ni cargo de su entierro.
La otra noticia, la del reality sobre la vocación religiosa femenina, no es menos desconcertante. Algunos deberían recordar que con determinadas cuestiones ni todo vale, ni es lo mismo. El contraste de una llamada al servicio del reino no encuentra sitio en los guiones de TV, ni en sus cámaras, ni en los diálogos ficticios ni, por supuesto, en jalear términos que ya no son de la vida religiosa del siglo XXI. Estoy seguro que la intención no es mala, pero si ingenua. Convertir la vocación en espectáculo es un dislate y una osadía de ésta, ya decadente, posmodernidad.
Las dos noticias tienen algo en común. No todo es vida, aunque se le parezca. La vida es otra cosa. Mucho más que lo que contamos y más intensa de lo que se ve. Ambas noticias pertenecen a esta sociedad del espectáculo y del cansancio, a la necesidad de salir o creer que algo existe porque se cuenta. Ambas producen tristeza porque se puede estar absolutamente solo, aunque 3500 personas reparen en tu perfil, o porque conviertas tu seguimiento de Cristo en una fuerza irrefrenable que te obliga a dejar el móvil o apagar el cigarrillo. Parece que vivir con profundidad exige un guión distinto a la web, la pasarela o el show mediático.

 

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