sábado, 20 abril, 2024

EXORCIZAR EL PECADO

 

 

Un año más la Cuaresma llama a las puertas de nuestro corazón. Y automáticamente se despliegan símbolos externos y sentimientos interiores similares a los de otros años de nuestra vida, normalmente a los que nos enseñaron y vivimos cuando éramos niños… en otras épocas, muy distintas de la actual, para bien y para mal. Mis recuerdos personales de mis «primeras cuaresmas»… y su desenlace en la Semana Santa, no son precisamente agradables. Son recuerdos de un tiempo triste, oscuro, negativista, empañado siempre de la conciencia de pecado, conciencia no siempre «recta», sino involuntariamente «errónea», dibujada de culpabilidades y miedos. Era como un páramo, preludio de un infierno dantesco de fuegos y eternidades. Nos hizo daño aquella visión apocalíptica y medievalista del tiempo cuaresmal.

Muchos, tal vez, con una  buena y piadosa voluntad, la siguen viviendo con esos sentimientos de escrúpulos y pecados mal entendidos. La Cuaresma, no obstante, es un tiempo «sano», no puede ser enfermizo o depresivo. Sano porque nos pone de frente y en medio del Mal. El Mal que nos rodea y a veces nos aniquila: recordemos (y oremos) por los miles de cadáveres que aún se amontonan en Siria y Turquía por el terremoto, o en Ucrania y Rusia por una guerra paradigma de lo absurdo de todas las guerras, y que -aunque no nos lo recuerden mucho los medios de comunicación- devasta otros muchos territorios y pueblos de un mundo que sigue empeñado en la violencia y la depredación.

Cuaresma, tiempo de conversión interior y exterior, de lucha contra el Mal en todas sus manifestaciones. Pero no podemos ser ingenuos, el pecado forma parte de nuestro ADN, para algunos científicos el Mal puede explicarse como «restos» antiquísimos de nuestros antepasados cuando comenzaron a ser cazadores y, por tanto, pasaron de herbívoros a carnívoros, o sea, a devoradores de especies más débiles, e incluso de otros individuos de la misma especie. Pero los australopitecos, prácticamente nuestros primeros antepasados dentro de los homininos, eran herbívoros, al menos casi hasta su extinción. Ya no lo eran los homo habilis, cazadores y carnívoros. Algunos de esos genes atávicos -dicen ciertos científicos- se conservan, aunque sea en una proporción mínima,  como «genes egoistas» en nuestro ADN. ¿Somos «simios asesinos» en la compleja evolución de los homínidos? Algunos lo piensan así, otros no lo aceptan. En cualquier caso el Mal es indestructible, no podemos destruir el Mal en su totalidad. Porque junto  a esas tendencias «malignas» que todos llevamos dentro, somos portadores también de «semillas» (¿genes?) altruistas, solidarias incluso: también en algunas especies más socializadas de los animales: abejas, avispas, hormigas, termitas… o animales de mayor encefalización: primates, elefantes, delfines… Entonces, ¿es posible «eliminar», desterrar de nosotros el pecado, ese «gen egoista» del que hablan algunos biólogos? Por supuesto que no. Lo decía muy bien San Pablo: «Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero,  ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí» (Rom.7,19-20). El pecado (el Mal) que mora en mí…

La Cuaresma es un tiempo «oportuno», sin embargo, porque es tiempo de tomar conciencia del Misterio del Mal en el mundo y en nosotros mismos. Hay que  «desdemonizar» el pecado y toda la culpabilidad malsana que le hemos adjudicado durante siglos. La Cuaresma es un tiempo para liberarnos de esas culpas injustas y sanear nuestro corazón haciendo revivir lo bueno que llevamos dentro. Los homo sapiens, como todas las criaturas, somo hijos de Dios y Dios es el Anti-Mal, como nos recuerda Torres Queiruga. Sacar fuera esa carga (no sé si genética o no) de bondad, servicio, alegría, misericordia, respeto a los demás, confianza y amor a la Vida («Yo soy la vida»), autoestima, paz interior… Sólo queda Dios, el Dios todoamoroso que da sentido a esta vida tiznada por un Mal que no podemos vencer del todo, pero que podemos «encajar» creyendo en una humanización creciente y constante hacia el Cristo Ómega. Cuaresma es tiempo de esperanza en la Vida.

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