Los consagrados hablamos en griego. Y no porque nuestro lenguaje parezca un jeroglífico incomprensible, sino porque hay experiencias centrales en nuestra vida de fe que se denominan literalmente con vocablos griegos: la Eucaristía, sin ir más lejos. Hay tres más que andan en danza en los últimos tiempos. Por extrañas que resulten, las tres tienen mucho que ver con nuestra manera de vivir la fe y la vida consagrada. La primera –la más famosa en los últimos meses– es sínodo. ¿Cuántas veces se nos ha repetido la necesidad de «caminar juntos»? Los consagrados nos hemos hecho eco de esta llamada en nuestras asambleas y capítulos. La sinodalidad está en nuestro ADN colectivo.
A medida que la hemos ido viviendo con más hondura, hemos caído en la cuenta de que nadie se pone a caminar con otros si no sale de su casa. O sea, dicho de nuevo en griego, que no hay sínodo sin éxodo. Quizá esto explique la reticencia de algunos pastores, consagrados y laicos a las exigencias de la sinodalidad. Cuando no nos atrevemos a cuestionar lo que somos y hacemos, cuando nos sentimos demasiado seguros en nuestras posiciones, cuando nos da miedo ser una «Iglesia en salida» (éxodo), entonces es normal que la palabra nos produzca urticaria espiritual. Pero entonces, si renunciamos a salir y caminar con otros, no debemos extrañarnos de que cada vez nos resulte más difícil percibir la voz del Señor en los signos de los tiempos. Él se hace el encontradizo con nosotros cuando caminamos, cuando dejamos la seguridad (mental, afectiva y espiritual) de nuestra «casa» y, guiados por su Espíritu, emprendemos una peregrinación.
Aunque el camino es en sí mismo un lugar de encuentro y transformación, su objetivo es conducirnos al simposio; es decir, al banquete. Para nosotros, el simposio por excelencia es la Eucaristía. Seguimos hablando griego. Solo en torno a la mesa, compartiendo el mismo pan y el mismo vino, reconocemos al Señor y volvemos de nuevo a caminar juntos con el corazón encendido en misión evangelizadora.
En este tiempo de Adviento y Navidad celebramos que Dios ha «salido» de su casa (éxodo), ha caminado con nosotros (sínodo) y se nos ha dado en la Eucaristía (simposio). El Altísimo se ha hecho bajísimo para que nosotros aprendamos la gramática divina y empecemos a hablar en griego.
¿De dónde tenemos que salir hoy (éxodo)? Quizá tenemos que abandonar un lenguaje catastrofista que no hace sino reforzar nuestra falta de entusiasmo. Si nos decimos continuamente que estamos enfermos, acabaremos estándolo de verdad. Quizá tenemos que dejar muchas de nuestras grandes instituciones para poder llevar un estilo de vida sencillo y ágil. Y, sin duda, quizá tenemos que salir de una espiritualidad un poco amodorrada que solo busca tranquilidad y pocos riesgos.
¿Con quién tenemos que caminar hoy (sínodo)? La respuesta es obvia, pero necesita traducción: con toda la Iglesia en la variedad de sus formas de vida y con aquellas personas que buscan nuevas respuestas a través de la ciencia, de la técnica, del arte… Y, sobre todo, con las que se quedan rezagadas en las cunetas de la vida porque parece que no aportan «valor añadido». La vida consagrada siempre ha sido amiga de periféricos, excluidos y sobrantes.
¿Qué tenemos que celebrar hoy (simposio)? Que Dios no se ha olvidado de su pueblo, que, en medio de nuestras contradicciones, el amor de Dios sigue siendo el verdadero motor de la historia. Que –como nos recuerda Edith Stein– «los acontecimientos decisivos de la historia del mundo fueron esencialmente influenciados por almas sobre las cuales nada dicen los libros de historia». No estamos llamados, pues, a ser famosos, sino a ser anfitriones y camareros en este simposio que acoge a todos y que anticipa el banquete definitivo del que habla el profeta
Isaías en este tiempo de Adviento (Is 25).
Los consagrados hablamos griego cuando queremos expresar en qué momento estamos. Sabemos que para caminar con toda la Iglesia (sínodo) necesitamos dejar muchas seguridades (éxodo) y, sobre todo, aceptar la invitación a sentarnos a la mesa con quienes son excluidos de todas (simposio). El Adviento y la Navidad son un cursillo intensivo para aprender a declinar bien estos tres vocablos.