ES POSIBLE…

0
942

Tiene uno la sensación de que algunas iniciativas mueren en su inicio porque nacen convencidas de que nada nuevo es posible. Ocurre en todos los órdenes de la vida, en todas las vidas y en todos los colectivos humanos. Frecuentemente, al lado de las mejores intenciones permitimos que afloren los escepticismos más estériles.

Hace unos días, antes de empezar una conferencia, un joven me dijo si seguía creyendo que el cambio es posible. Por supuesto, respondí que sí. Pero tengo que reconocer que su pregunta, no tan ingenua, me sigue dando vueltas. De ahí estas líneas.

Creo efectivamente que es posible ver y proponer las cosas de otro modo. Que este momento no es malo, ni adverso para quienes queremos una sociedad iluminada por la fe. Que, en conjunto, la sociedad no es egoísta, ni está perdida. Veo mucho bien. Y lo que es mejor, veo fecundidad capaz de generar bondad y transformación. Por tanto, el cambio es posible.

Las mediaciones de esa posibilidad somos las personas, envueltas en mil historias donde posibilidad e imposibilidad luchan en “singular batalla”. Y creo que, justamente ahí, en esas luchas personales, que hay que escuchar y compartir, están en ‘claro-oscuro’ razones para la posibilidad, el cambio y la esperanza.

El proceso personal hasta que entiendes que lo valioso de tu vida no procede del reconocimiento exterior, sino del convencimiento interior, no es fácil. Es una tarea de años. Hay mil propósitos de sinodalidad y fraternidad que, en realidad, solo son proclamas personales, búsquedas de vanagloria, prestigio o estima… Pueden hacerse en nombre de Dios, pero son absolutamente frívolas. Con lo cual ni generan transformación, ni creen en ella, ni la tienen como horizonte, porque la transformación evangélica tiene un sujeto no individual, sino comunitario, fraterno, de vida compartida y sinergia explícita. Y ahí, probablemente, tenemos el reto que dificulta que el cambio sea posible: La necesidad de abrirnos a una comprensión comunitaria de la propia existencia. ¡Es tan difícil escuchar lo que la vida de los demás dice de tu propia vida! ¡Se hace tan compleja la compresión de los frutos del discernimiento!

Sigo creyendo que hay un cambio no solo posible sino urgente. La puerta de ese cambio es la escucha sin condiciones. Me resulta iluminador cuando algunas personas me hablan de los ‘estilos de escucha’ que sostenemos, algunas veces, desde la Iglesia. Dicen –no pocos– que escuchamos a la defensiva, para rebatir o juzgar.

Resulta que la escucha es escucha, acogida sin prejuicio de lo que te llega tratando de comprender su verdad. Escucha, por supuesto, no es juicio, ni análisis forense para subrayar las debilidades del argumento. Escucha es búsqueda de luz, sin imposición, sabiendo que la verdad a la que aspiramos será un descubrimiento novedoso para todos. Pero claro, para eso hay que partir del principio básico de creer que es posible.

Ahora, echa a volar tu imaginación. Piensa en una comunidad. En tu comunidad. Imagina que habláis y os escucháis, que superas el prejuicio de creer saber desde dónde se expresa cada uno. Sueña que ninguno conoce más o controla no sé qué información. Pide al Espíritu que te libere de la “falsa sabiduría” de trienios, responsabilidades y  reuniones vividas. Del recuerdo de lo que tantas veces intentaste y nunca salió. ¡Sube más el listón! Piensa que, en verdad, nada te hace más feliz que compartir la vida con otros u otras. Que estás libre de deseo de cosas, casos y cargos. Agárrate a la silla y sigue soñando… Porque cuando sueñas con libertad, te decides a escuchar con tiempo, y permites que sea Él quien dirija tu vida, aparece la verdad del carisma, la fe y la comunidad. Es entonces cuando tienes plena conciencia de que es posible. Por fin, te has descubierto libre, no te tienta el competir y estás preparado para compartir. Sin duda, es posible, siempre que todavía te atrevas a soñar.