EL CANTUS FIRMUS DE NUESTRA VIDA

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El amor de Dios debe ser el cantus firmus, la melodía central, en torno al cual cantan las otras voces de la vida. Y siguiendo la imagen de la música polifónica, sólo si el cantus firmus, la melodía profunda de nuestra vida, es suficientemente fuerte en Dios, podremos abrazar el mundo de hoy, sin perder la identidad cristiana y el perfume del Evangelio.

Este amor de Dios o cantus firmus nos abre el oído para oír como un discípulo, nos da una lengua de discípulo para llevar al abatido una palabra de aliento, nos va modelando la vida entera para que anunciemos a todos este amor transformador, y es este amor custodio e incondicional el que celebramos en la liturgia diaria.

Hay un grito orante cada día, una invitación, que es la piedra angular y el cimiento de toda la jornada litúrgica, por muy pobre y sencilla que sea, y que de tanto repetirlo lo solemos decir rutinariamente, sin prestarle atención, pero que es fundamental; dice así: “Si hoy escucháis su voz, no endurezcáis el corazón” (Sal 95 (94),7). [Ojalá escuchéis hoy su voz, dicen otras traducciones]. Es la antífona del salmo invitatorio que nos marca el comienzo del día.

La fuerza del “Hodie”, del “Hoy” que grita el orante, está en que este “Hoy” se convierta ya en respuesta de “Amén” en la vida diaria, “Amén” al susurro continuo de Dios en todos los momentos del día y en todas las celebraciones. La fuerza de este “Hoy” es para aguzar el oído, espabilarlo si ando distraído en mil cosas.

Si ando ensimismado en mis preocupaciones, en las urgencias del momento, cogido por mis impaciencias, será difícil que, cuando la voz de Dios resuene cada vez que la asamblea celebra la liturgia, yo sea un orante dispuesto a escuchar, teniendo un oído atento de discípulo.

Por el bautismo -y por la profesión religiosa- nos hemos dispuesto a seguir al Señor y a estar con Él, es decir, a involucrarnos en toda la vida de Jesús; entonces: ¿Qué nos ha pasado? ¿Por qué tanta tibieza en nuestro seguimiento del Maestro? ¿Por qué las celebraciones se nos pasan y no calan en nuestras vidas?

Creo que hemos perdido esa fuerza del “Hoy” y del “Amén”, les hemos quitado importancia y sin embargo son fundamentales. Sólo tengo en mis manos el presente de este “Si Hoy”, y del “Amén” a lo que acabo de cantar, proclamar y orar. Pero a menudo estamos preocupados por el mañana, o dando vueltas a lo que ya ocurrió ayer.

Renovemos seriamente nuestra escucha de Dios en las celebraciones litúrgicas. Necesitamos intensificar el silencio y la guarda en el corazón de su Palabra. En cada celebración se nos ofrece un nuevo caminar para nuestros torpes pasos, un avanzar de inicio en inicio, de liturgia en liturgia, hasta ser verdaderamente “discípulos de Jesús”. Acogiendo este “Hodie”, el discípulo hace del seguimiento de Jesús un caminar “de inicio en inicio, a través de muchos comienzos”, tal como decía Gregorio de Nisa.

Es un engaño refugiarnos en el “ya he comenzado muchas veces una renovación en mi vida y siempre vuelvo a la rutina”. Caminamos de inicio en inicio, tengamos los años que tengamos. Nuestra vida está hecha de muchos comienzos, hasta el final. Pero este reiniciar cada día, no es repetición del seguimiento ya hecho, en un cansado otra vez lo mismo, sino que es la reanudación de un nuevo seguimiento, en un nuevo “Hoy”. Así, conducidos por la Palabra de Dios, que resuena -como una cascada de agua viva- en cada celebración litúrgica, dejamos que el tiempo sea el gran escultor que da forma al hombre.