Los salmos son esos compañeros de camino de la vida consagrada y de la Iglesia en el día a día. Son la oración que sostiene la vida de comunión y en la que destaca no los méritos que esta realiza, sino la libre elección y la gracia de Dios. Gran parte de los salmos fueron escritos, según la tradición, por el rey David, uno de los personajes más importantes de la historia de la salvación. En su oración junto a la alabanza y la organización del culto aparecen las debilidades, las faltas, las duras acciones. La Iglesia sorpresivamente acoge ese “legado de debilidad” davídica y lo hace suyo.
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