En el rito de la imposición de la ceniza, hemos escuchado la invitación de la Iglesia a todos: “Recuerda que eres polvo y al polvo volverás”. Esta breve frase nos hace volver al inicio de la historia, concretamente al libro del Génesis, porque nos evoca lo que Dios dijo a Adán tras la caída.
Si hay una palabra crucial en el tiempo de Cuaresma, esta es el verbo “convertirse”, que en el lenguaje bíblico es “volver al punto de partida”, como lo significa el verbo “shub”, para comenzar algo nuevo. Y si escuchamos con un silencio orante el relato primero, lo que Dios dice a Adán, lejos de ser una maldición, suena a una puerta abierta al retorno.
Dios dijo a Adán: “Comerás el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste sacado, pues eres polvo y al polvo volverás” (Gn 3, 19). Realmente este “volver”, es una puerta abierta de retorno al paraíso, a la amistad con Dios, a una recreación. Es como si el Creador le dijera: “Volverás de nuevo al Paraíso, ahora haz de hacer un camino de vuelta, pero te espero, de nuevo te modelaré del barro que tomé en jardín primero, te recrearé y volverás a mi amistad”.
La ceniza nos ha hecho presente esta espera gozosa de Dios, este anhelo del Creador de que toda la humanidad retorne al jardín primero, por usar una imagen bíblica. ¿Cabe mayor amor?
Los rabinos dicen que estas palabras no son una maldición, sino el deseo de Dios del retorno, tras haber reconocido la dignidad de Adán, que no es un animal que come hierba, sino que ganará el pan con el sudor de su rostro. Esto no es un castigo, es el reconocimiento de la dignidad de Adán.
Y Dios no ha dejado al hombre sólo para hacer este camino de vuelta. Ha enviado a su Hijo que lo ha recorrido, abriendo una senda nueva.
La palabra “sudor” sólo aparece aquí y en el Evangelio de Lucas, en otro jardín, el huerto de los olivos, donde Jesús -el Nuevo Adán- está orando intensamente, apunto de iniciar su Pasión, y su sudor se hizo como gotas espesas de sangre que caían en el polvo de la tierra (cf. Lc 22, 44). Jesús está haciendo el camino de vuelta al Padre, ganando el pan del Reino, como un verdadero Adán, con el sudor de su rostro, y mostrándonos el camino que todo discípulo ha de seguir.
Iniciemos, pues, gozosos este retorno, viviéndolo con mayor intensidad en estos días cuaresmales, de tal manera que “guardemos todos juntos nuestra vida” [custodire omnes pariter]… (RB 49, 2), tal como nos invita San Benito.