viernes, 26 abril, 2024

DECISIONES PARA TIEMPOS DE INNOVACIÓN

CUANDO APRENDEMOS A SER MÁS CRISTIANOS Y MENOS RELIGIOSOS

(Bonifacio Fernández. Claretiano, catedrático emérito de Teología de la VC).

El sacramento de la vida.

En tiempos de secularización, la vida consagrada está aprendiendo a transitar el camino de una vivencia y espiritualidad menos “religiosa” y más cristiana. Entiendo “religiosa” en el sentido de la virtud de la religión, basada en el sentimiento de dependencia creatural. El origen e inspiración de la vida consagrada es el Cristo en su encarnación, en su vida, muerte y resurrección. La dinámica de la encarnación se expresa y continua en el sacramento de la vida. En efecto, la vida humana es un verdadero sacramento del encuentro consigo mismo, con los demás y con Dios. Es sacramento de salvación. La biografía de cada uno contiene oportunidades de conversión a la mejor versión de sí mismo, es decir, a la felicidad. Y la auténtica felicidad es la bienaventuranza evangélica.

El sacramento del hermano.

En tiempos de relaciones líquidas, es indicado intensificar la dimensión fraterna de la vida. La relación fraterna tiene dimensión terapéutica, cura de la soledad. La acentuación de la vida individual y de su privatización hace saborear la amargura de la exclusión, es decir, el no ser de nadie, no importar a nadie. Sabemos bien que la relación es esencial a la vida humana, que vivir es convivir. Necesitamos ser visibles y reconocidos. Las relaciones de fraternidad, de amistad, de afecto hacen la vida más vital. La identidad personal y biográfica se consigue en la relación. Los hermanos son el espejo en el que nos reconocemos; son la chispa que enciende nuestros sueños. A la inversa, pueden ser la decepción que dificulta la consecución de nuestros sueños.

Contemplativos en la relación.

Es este otro sendero a recorrer. La dimensión contemplativa es esencial a la forma de vida consagrada. Contemplar a Dios, ¿cómo? ¿dónde? La imagen de Dios es poliédrica. Lleva los rasgos de la cultura, del tiempo y del espacio en los que se ha formado. Ya sabemos que Dios es diferente, que es el Dios siempre mayor, que quiere ser adorado en espíritu y en verdad, que todas nuestras imágenes de Él son analógicas. Sabemos también que la relación “religiosa” con Dios está sometida a múltiples posibles engaños, proyecciones, rutinizaciones… Podemos contemplarlo en la liberación, en la misión, en los crucificados de la historia, en la Biblia, en la Iglesia. En tiempo de prisa y de aceleración, es en las relaciones humanas de amor y de confianza donde Dios se hace más visible. Se trata de relaciones de calidad humana y, por ende, significativas. Tener la dicha de vivir esas relaciones de amor, o de ser testigo de ellas, nos ejercita en la contemplación de Dios. Nos introduce en la experiencia profunda del encuentro.

Presencia e integración.

Ya llevamos tiempo tratando de inventar el cómo de esta integración. Ya sabemos de las ambigüedades. Podemos vivir en el mundo virtual como ausencia y desconexión de la realidad física. Pero se nos ofrecen enormes oportunidades de integrar la presencia local y la presencia global. Son ya posibles nuevas formas de existir como congregación y como Iglesia. Están esperando a ser experimentadas y validadas en comunidades suficientemente significativas.

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