Cuestión de calma…

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Solo sabemos que el 2015 es el año de la Vida Consagrada en la Iglesia. Antes de que nos demos cuenta numerosos documentos, estudios sesudos y reflexiones de despacho estarán inundando anaqueles, diciendo y cantando las proezas de nuestra “raza”. En este tiempo en el que todo el mundo parece saber en qué situación se encuentra la vida religiosa, sus males y remedios; cuando a borbotones nacen consejos, palmadas en la espalada y alguna que otra zancadilla… resulta que, será nuestro año. La pregunta del millón es ¿para qué? Y hacia dónde…

La vida religiosa necesita detenerse y pensar, discernir y encontrar el agua del pozo que calma la sed. La urgencia no es llenar los noviciados, sino de llenar la vida de los que ya estamos y de vida nuestras comunidades y presencias. Por desgracia no es lo más frecuente poder visibilizar religiosos o religiosas serenos, que estén viviendo el momento presente como tiempo de gracia. Sigue siendo un clamor, por el contrario, la cantidad de religiosos que se desfondan y que incluso, tiran la toalla. Como si la misión fuese un ente que absorbe y vacía, que aliena y desposee al ser humano de su deseo de plenitud y felicidad. Como si estuviésemos llamados a conjugar un equilibrio imposible entre palabras como misión, oración, descanso, ocio, formación, pastoral… y el hombre y la mujer de hoy que se consagra, estuviese incapacitado para vivir todo de una manera armónica, sosegada, integradora o incluso, por qué no, profética. ¿Qué está pasando cuando un religioso para descansar necesita salir de su comunidad? ¿Cuándo para hacer oración tiene que marchar? ¿Cuándo para encontrar relaciones auténticas y pacificadoras necesita despedirse unos días de sus hermanos? O dicho sin rodeos ¿Qué está pasando con nuestra vida fraterna?

A Dios gracias los hay que están ofreciendo lo mejor de su vida y sus capacidades, que están masticando y digiriendo el dolor de la soledad intergeneracional o generacional e, incluso, la incomprensión de la autoridad, y todo ello lo están haciendo por el Reino. La vida religiosa no necesita soltar más palomas, ni compararse con grandezas pasadas. Tan insultante es presentar un futuro demoledor como edulcorado. El presente es nuestro y, aquí y ahora, es donde necesitamos autenticidad transformativamente evangélica. Son muchos los anclajes, las rémoras, las estructuras y costumbres que impiden vivir algo nuevo. Pero, estoy seguro de que a pesar y gracias a todo ello, sacaremos el agua del pozo, porque el Espíritu ya está brindando novedad y frescura en una multitud de personas entregadas, muchas veces calladas que viven completamente para el Otro, porque lo han descubierto en los otros. Que la misión no les resta ni desgasta sino que les suma y convierte en más discípulos, más personas, más…

Se abre una rendija a la esperanza. La convocatoria del Papa no nos dejará indiferentes. Esperamos con paz pero también con deseo de renovación efectiva y afectiva este año de la vida consagrada. Como nos tiene acostumbrados con gestos, con alegría y con firmeza que muestren la bondad, la belleza y la verdad de la vida de consagración. Solo una clave. Dice la Escritura que cuando Jesús percibió la necesidad en el pueblo, se puso a enseñar con calma. La vida religiosa del siglo XXI, la que celebra su año en el 2015, necesita calma para llenar de vida lo que hoy son intuiciones y buenos propósitos.

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