Cuando las barbas de tu vecino veas pelar

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Esta parábola de Jesús en el evangelio de Mateo (21,33-43) bien podría aparecer en una de las tragedias griegas de autores como Sófocles, Esquilo o Eurípides. Vamos con un poco de culturilla general. Las tragedias griegas eran esas obras de teatro que entre otras cosas intentaban producir la catarsis en los espectadores.

Pero, ¿qué es la catarsis? La catarsis lo que busca según Aristóteles es purificar o redimir al espectador de sus malos hábitos, al verlos proyectados en los personajes de la obra y percibir las consecuencias que estas acciones traen consigo; pero sin experimentar dichas consecuencias o castigo él mismo, sino viéndolo reflejado en los personajes. Lo que busca es que te identifiques tanto con los personajes, que cuando veas lo que les ocurre, te de ganas de mejorar y cambiar.

Si vamos a nuestro refranero español nos lo diría clarito: “Cuando las barbas de tu vecino veas pelar, pon las tuyas a remojar”.

En el evangelio, se narra la historia del Pueblo de Israel como si fuera una tragedia griega. La viña que con tanto cuidado y mimo había plantado el propietario la deja al cuidado de unos viñadores. El propietario, Dios, esperaba que los viñadores cuidaran de la viña y dieran fruto. Esos viñadores eran el Pueblo de Dios.

Sin embargo, pese a todo, ese pueblo fue dando la espalda y matando uno tras otro a los profetas que Dios les iba enviando para guiarles y también para recoger los frutos de la viña. Algunos, como Juan Bautista, fue decapitado. Como Dios es bueno, muy bueno, les envió a su propio Hijo, a Jesús. Pero aquel pueblo también acabó con él.

Cuando Jesús le contaba esto a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, les preguntó: “Y ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?

Ellos le contestaron: «Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores, que le entreguen los frutos a sus tiempos.»”

Y Jesús les dice: “Se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos.»

A veces cuando leemos el evangelio nos creemos que esas historias son fábulas o cuentos que Jesús dijo hace cientos de años, y que no tienen nada que ver con nosotros, pero no nos damos cuenta de que hoy estas palabras son también para mí, para nosotros.

Jesús no nos pide que seamos perfectos, sino que pongamos de nuestra parte para que la viña sea un lugar habitable, donde reine la verdad, el amor y la justicia. Jesús no nos quiere perfectos, nos invita a abrir la puerta de nuestro corazón para que su amor transforme nuestras vidas y demos fruto, según lo que cada cual sea capaz de aportar a la viña, al proyecto común de la humanidad; al Reino de Dios.

Si seguimos el símil del teatro clásico, nuestra vida se puede comparar a una obra teatral donde se entrelazan historias y experiencias con tres géneros: la comedia, el drama y la tragedia.

Todos podemos descubrir experiencias en la vida de la que hemos aprendido, algunas de ellas trágicas. En ocasiones, el sentirnos tan identificados con los personajes nos ayuda a leer nuestra vida y a querer cambiar.

Os cuento una historia personal. Mi padre murió de cáncer cuando yo era solo un adolescente. Esa experiencia me marcó profundamente y me hizo valorar mucho pasar tiempo de calidad con la gente querida, estimar mucho la amistad, descubrir que el amor puede traspasar el tiempo y el espacio. Me ayudó a dar el justo valor a las cosas y a priorizar lo realmente importante en la vida.

Aunque muchas de estas cosas las tengo presentes desde entonces, el corre-corre-de- la-vida a veces te anestesia y te inocula querer todo al instante, cierta ansiedad y tantas cosas que todos conocemos.

Cuando en ocasiones veo un película o una obra de teatro que tratan el tema de la muerte y sus consecuencias, siempre hay algún resorte que me toca por dentro. La experiencia de mi padre y con los años de gente querida, que ya nos acompaña junto al Buen Dios.

Esa catarsis abre mis ojos, me ayuda a recordar la experiencia vivida, y me mueve a salir del inmediatismo, a dejar de mirarme al ombligo, y a retomar el camino, la peregrinación hacia Dios. Estoy seguro de que cada una y cada uno de nosotros tenemos experiencias similares con tantos acontecimientos y experiencias vividas.

Pidámosle juntos a Dios que nos ayude a ser buenos viñadores, buenos obreros y obreras en su viña, en este Pueblo de Dios, que abramos las puertas de nuestro corazón, y dejemos que su amor nos transforme y de mucho fruto. Esto es lo que estas semanas la Iglesia pide en el Sínodo.

Oremos juntos con María que abrió su corazón de par en par para que la vida y el amor “nos visitara de lo alto y acampara entre nosotros”: Dios te salve María…