Hace un par de años, con cierta sorna y bastante realismo, decía un hermano de congregación que cada vez que en su comunidad sonaba el timbre el siguiente sonido eran las cerraduras de las habitaciones… cerrándose. ¡No vaya a ser que venga alguien a molestar! Seguro que es una exageración y una caricatura, pero quizás refleje algo de la realidad que actualmente estamos viviendo en la vida consagrada, con tendencia a encerrarnos en nuestras habitaciones –o despachos–, cuando no en el fatídico “que me dejen como estoy”.
A veces, en los grupos juveniles, surge la conversación sobre cómo es nuestra comunidad. No son extraños los prejuicios e incluso imaginaciones un tanto extrañas y “locas de la casa” sobre nuestra forma de vivir: que si grandes dormitorios corridos, que si comidas en silencio, que si… A veces la televisión juega malas pasadas y todo se mezcla.
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